El comentario definitivo de una fábula de Samaniego: El asno y el cochino

De las lecturas de mi niñez, hay algunas que no solo dejaron una huella importante en mi amor por las letras, sino que además constituyeron uno de los pilares fundamentales de mi educación personal. De entre ellas, recuerdo con especial cariño ciertas fábulas de Samaniego, un autor hoy olvidado, cuyas enseñanzas, si bien han quedado ya fuera de los actuales esquemas pedagógicos, en mi opinión encierran todavía un mensaje moral de validez universal.

Siguiendo el esquema de nuestro Comentario de textos definitivo, basado en seis pasos que permiten un análisis lo más completo y a la vez lo más sencillo posible, nos disponemos ahora a abordar una de las fábulas de Samaniego, a modo de muestra de la poesía didáctica de la Ilustración. En el siguiente enlace podéis descargar la explicación del procedimiento: ANEXO. El comentario de textos definitivo

En este mismo blog podéis encontrar las siguientes entradas con comentarios de texto:

Pero antes…

Permíteme un consejo

El asno y el cochino

A los caballeros alumnos del Real Seminario Patriótico Vascongado.

Oh, jóvenes amables,

que en vuestros tiernos años

al templo de Minerva

dirigís vuestros pasos,

seguid, seguid la senda 5

en que marcháis, guiados,

a la luz de las ciencias,

por profesores sabios.

Aunque el camino sea,

ya difícil, ya largo, 10

lo allana y facilita

el tiempo y el trabajo.

Rompiendo el duro suelo,

con la esteva agobiado,

el labrador sus bueyes 15

guía con paso tardo;

mas al fin llega a verse,

en medio del verano,

de doradas espigas,

como Ceres, rodeado. 20

A mayores tareas,

a más graves cuidados,

es mayor y más dulce

el premio y el descanso.

Tras penosas fatigas, 25

la labradora mano

¡con qué gusto recoge

los racimos de Baco!

Ea, jóvenes, ea,

seguid, seguid marchando 30

al templo de Minerva,

a recibir el lauro.

Mas yo sé, caballeros,

que un joven entre tantos

responderá a mis voces: 35

«No puedo, que me canso».

Descansa enhorabuena;

¿digo yo lo contrario?

Tan lejos estoy de eso,

que en estos versos trato 40

de daros un asunto

que instruya deleitando:

los perros y los lobos,

los ratones y gatos,

las zorras y las monas, 45

los ciervos y caballos

os han de hablar en verso,

pero con juicio tanto,

que sus máximas sean

los consejos más sanos. 50

Deleitaos en ello,

y con este descanso,

a las serias tareas

volved más alentados.

Ea, jóvenes, ea. 55

Seguid, seguid marchando

al templo de Minerva,

a recibir el lauro.

Pero ¡qué! ¿os detiene

el ocio y el regalo? 60

Pues escuchad a Esopo,

mis jóvenes amados:

Envidiando la suerte del Cochino,

un Asno maldecía su destino.

«Yo, decía, trabajo y como paja; 65

él come harina, berza, y no trabaja.

A mí me dan de palos cada día;

a él le rascan y halagan a porfia.»

Así se lamentaba de su suerte;

pero luego que advierte 70

que a la pocilga alguna gente avanza,

en guisa de matanza,

armada de cuchillo y de caldera,

y que con maña fiera

dan al gordo Cochino fin sangriento, 75

dijo entre sí el jumento:

«Si en esto para el ocio y los regalos,

al trabajo me atengo y a los palos.»

El asno y el cochino

1.- Localización del texto

El poema propuesto es una composición de Samaniego (1745-1801), uno de los principales poetas de la Ilustración española (siglo XVIII). Pertenece a su primer libro de Fábulas, y es además la primera, de manera que hace las veces de introducción y declaración de intenciones.

La Ilustración

En el siglo XVIII, un grupo de intelectuales reacciona frente al estilo barroco, que, de puro usado, había terminado ya por gastarse, por degenerarse, convirtiéndose en un simple afán de retorcer y complicar las obras sólo por imitación, sin un criterio estético como el que, en el siglo anterior, había animado a autores como Góngora, Quevedo, Calderón o los Argensola. Los ilustrados, que así se denomina a estos intelectuales, consideran que una literatura que no puede ser entendida por los lectores (o espectadores, en el caso del teatro) carece de sentido, pero sobre todo carece de utilidad: un mensaje que no llega a su destinatario no sirve para nada. Y proponen una vuelta a la claridad, a la sencillez, de manera que cualquier composición literaria pueda ser transmisora de contenidos que se entiendan. Pero su intención va más allá de lo meramente estético: su propósito obedece a un plan de instrucción de la sociedad, orquestado desde las altas instancias gubernamentales, que consiste en crear una literatura que contribuya a la formación intelectual, moral y social de quien la lee. Y cualquier escritor que aspire a tener éxito, ha de prestarse a ese juego.

la Ilustración

El pensamiento ilustrado se caracteriza por una supremacía de la razón y la crítica, basadas ambas en la experiencia y apoyadas en la ciencia, frente a cualquier interpretación ideal o religiosa de la vida.

En este siglo (también denominado “Siglo de las Luces”), la felicidad no se concibe, por tanto, como algo que se ha de alcanzar más allá de la muerte, sino como algo concreto, a lo que se aspira cada día, en este mundo, y que puede lograrse a través del conocimiento, la cultura, el progreso…

La España de finales del siglo XVII era un país empobrecido, heredero de la crisis económica y espiritual en que había terminado degenerando el agotado esplendor del Barroco. Las clases trabajadoras vivían en la miseria, carentes de derechos y, lo que es peor, sumidos en la ignorancia. En contraste, la nobleza y el clero gozaban de amplios privilegios.

Al ascender al trono, Felipe V fortalece la autoridad de la monarquía y va reduciendo progresivamente los privilegios de la aristocracia y la iglesia.

Desde el poder, se promueve la educación del pueblo. Para ello, se publican libros, se traducen obras extranjeras, se conceden becas, se fomentan los viajes de estudio, se imprimen periódicos, se crean Academias (como la de la Lengua o la de Historia)… todo ello al servicio del ideario ilustrado oficial, cuyo fin no es otro que el de instruir a las clases populares y generar progreso económico y social.

ilustrados

En el plano artístico, se produce una reinterpretación del clasicismo: no se trata ya de una recuperación de sus principios estéticos (como ocurría en el Renacimiento), sino de una nueva visión de los mismos, y de ahí la denominación de Neoclasicismo.

En general, frente a la exageración y la complicación barrocas, ahora se busca la moderación y la simplicidad; frente al retorcimiento, la armonía; frente al pesimismo, el optimismo, la alegría, la diversión; frente al lenguaje complejo y artificioso, la claridad expresiva…

Se distinguen tres etapas en la literatura española del siglo XVIII:

– Antibarroquismo: durante la primera mitad del siglo, se mantiene la reacción contra los postulados estéticos del Barroco.

– Neoclasicismo: durante la segunda mitad del siglo, siguiendo los dictados de Ignacio Luzán en su Poética, y sin apartarse mucho de la línea antibarroquista, triunfa la corriente neoclásica, basada en una actualización de temas y estilos heredados de la antigüedad griega y latina. Tiene dos vertientes: una profunda, marcada por su búsqueda de la utilidad y su finalidad didáctica, y otra más ligera, conocida como Rococó, en la que predominan los temas pastoriles y la exaltación del placer y el amor galante. Las estrofas más habituales son las odas, las epístolas, las elegías y los romances.

– Prerromanticismo: a caballo entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, comienza a apuntar cierta tendencia hacia la expresión espontánea de los sentimientos y las emociones íntimas, como una reacción frente a la tiranía de la razón, que imponía la Ilustración, y frente a la concepción del amor como un sentimiento liviano y superficial, propia del Rococó.

Samaniego

Félix María Samaniego nace en Laguardia (Álava), en 1745. Estudia en Valladolid, pero también en Francia, donde toma contacto con los enciclopedistas y eso marca su forma de concebir las relaciones entre política, sociedad y cultura.

A su regreso, vive con su tío abuelo, el conde de Peñaflorida, en la villa guipuzcoana de Vergara, y se integra en la Sociedad Vascongada de Amigos del País. Comienza entonces su actividad literaria.

Samaniego

La influencia francesa se manifiesta en su concepción ilustrada de una creación literaria útil: enseñar deleitando, o, lo que es lo mismo, encerrar una enseñanza dentro de una obra sencilla, de manera que cale en el subconsciente del destinatario sin dificultad. Fruto de esta visión son sus Fábulas, que comienzan a publicarse en 1872. Se trata de 257 fábulas, distribuidas en nueve libros, en las que, imitando a grandes fabulistas, como Fedro, Esopo y La Fontaine, condensa píldoras de educación moral.

También compone poesía de contenido erótico, que se publica bajo el título de El jardín de Venus.

Pero de su influencia enciclopedística nace también una vena anticlerical, que le lleva a ser procesado por la Inquisición, y si consiguió librarse de la condena, fue gracias a la intercesión de sus influyentes amistades.

Muere en Laguardia, en 1801.

2.- Determinación del tema

El poema constituye una alabanza del trabajo positivo, invitando a aprovecharse de sus frutos y exhortando a no dejarse vencer por la pereza.

3.- Distribución de su estructura y resumen de su argumento.

La fábula se divide en dos partes bien diferenciadas, cada una con su propia forma y contenido, pero que se encuentran intrínsecamente vinculadas.

La primera parte es una exhortación a los alumnos del Real Seminario Patriótico Vascongado a centrarse en el estudio y no dejarse vencer por las tentaciones del ocio. Consta de 62 versos:

  • 1-8: exhorta a los jóvenes a estudiar.
  • 9-28: enseña que, aunque el trabajo sea duro, el esfuerzo al final compensa.
    • 9-12: idea general: aunque el camino sea duro, el trabajo vence las dificultades.
    • 13-20: ejemplo del labrador, que se esfuerza y al final obtiene su cosecha.
    • 21-24: idea general: cuanto mayor es el esfuerzo, mayor satisfacción produce el resultado.
    • 25-28: ejemplo del labrador, que, finalmente, vendimia satisfecho la uva.
  • 29-32: estribillo: anima a los jóvenes a seguir estudiando.
  • 33-54: el poeta reconoce el esfuerzo que supone el estudio, y, para que les sirva de descanso, les ofrece unas fábulas.
    • 34-37: reconoce que el trabajo es duro.
    • 38-50: recomienda el descanso, y para ello ofrece sus fábulas.
    • 51-54: tras el descanso, volverán al trabajo con más fuerza.
  • 55-58: estribillo: anima a los jóvenes a seguir estudiando.
  • 59-62: enlace con la segunda parte (la fábula, propiamente dicha): no hay que dejarse tentar por la holgazanería.

La segunda parte es la fábula, en sentido estricto, pues en ella encontramos al asno reflexionando sobre sus condiciones de vida. Consta de 16 versos.

  • 63-64: introducción, presentación de los personajes y de la situación.
  • 65-68: lamento del asno, comparando su suerte con la del cochino.
  • 69-76: el asno presencia la matanza del cochino y esto le hace recapacitar.
  • 77-78: reflexión del asno y consecuencia moral de la fábula.

4.- Comentario de la forma y el estilo.

Como hemos indicado, cada una de las dos partes de que se compone el poema presenta una forma métrica diferente.

La primera es un romance en heptasílabos, que consta de 62 versos, de los que riman los pares en asonante a-o.

8 –

8 a

8 –

8 a

8 –

8 a

…..

La segunda está integrada por 16 versos endecasílabos y heptasílabos, sin una distribución regular en cuanto a la métrica, aunque sí en cuanto a la rima, ya que se agrupan de dos en dos, en pareados de rima consonante.

11 A -ino

11 A -ino

11 B -aja

11 B -aja

11 C -ía

11 C -ía

11 D -erte

7 d -erte

11 E -anza

7 e -anza

11 F -era

7 f -era

11 G -ento

7 g -ento

11 H -alos

11 H -alos

La estructura rítmica de la primera es de tradición popular, mientras que la de la segunda responde al modelo más frecuente de endecasílabo clásico, combinado aquí con heptasílabos, de manera que se crea en ella un eje central de acentuación fuerte en la sílaba sexta.

Para hallar una regularidad en el cómputo silábico, fundamental en la concepción poética neoclásica, es necesario acudir a distintos recursos métricos, tales como la sinalefa, el hiato, la diéresis y la sinéresis. Veamos algunos ejemplos:

Sinalefa. Unificación entre dos vocales separadas (última de una palabra y primera de la siguiente).

  • Puede darse entre vocales iguales:

que_en vuestros tiernos años (v. 2)

con la esteva_agobiado (v. 14)

  • Y también entre vocales que habitualmente formarían diptongo, pero que aquí pertenecen a palabras diferentes:

Si_en esto para el ocio y los regalos (v. 77)

  • Forma parte de una sinalefa asimismo la /y/ cuando tiene entidad vocálica:

lo allana_y facilita / el tiempo y_el trabajo (vv. 11-12)

  • También se produce entre vocales fuertes:

lo_allana y facilita (v. 11)

con la_esteva agobiado (v. 14)

  • Y cuando una /h/ separa una vocal de otra:

él come_harina, berza, y no trabaja (v. 66)

Sinéresis. Articulación en una sola sílaba de dos vocales fuertes, que normalmente pertenecerían a sílabas diferentes:

como Ceres, rodeado (v. 20)

ANEXO. Métrica fácil

Podemos encontrar diversas figuras retóricas, tales como:

  • Personificación: se atribuyen a animales cualidades de persona. La segunda parte del poema se construye a partir de la personificación del asno, y es que en esta figura estilística es donde reside la esencia de la fábula. Se anuncia en los versos 43-47:

los perros y los lobos,

los ratones y gatos,

las zorras y las monas,

los ciervos y caballos

os han de hablar en verso.

Y ya en la segunda parte encontramos al asno mostrando actitudes humanas: envidiando (v. 63), maldecía (v. 64), decía (v. 65), se lamentaba (v. 69), advierte (v. 70), dijo (v. 76), me atengo (v. 78).

  • Apóstrofe. En varias ocasiones, el poeta se dirige a los caballeros alumnos del Real Seminario Patriótico Vascongado:

Oh, jóvenes amables (v. 1)

Ea, jóvenes, ea (vv. 29 y 55)

Mas yo sé, caballeros (v. 33)

mis jóvenes amados (v. 62)

  • Hipérbaton. Alteración del orden lógico-sintáctico de los elementos de la oración. Algunos son suaves:

el labrador sus bueyes

guía con paso tardo (vv. 15-16)

pero con juicio tanto v. 48)

Pero otros son algo más abruptos:

mas al fin llega a verse,

en medio del verano,

de doradas espigas,

como Ceres, rodeado (vv. 17-20)

y con este descanso,

a las serias tareas

volved más alentados (vv. 52-54)

  • Polisíndeton: exceso de conjunciones.

los perros y los lobos,

los ratones y gatos,

las zorras y las monas,

los ciervos y caballos

os han de hablar en verso (vv. 43-47)

  • Epíteto: adjetivo que no aporta ningún significado añadido al sustantivo al que acompaña: gordo Cochino (v. 75), penosas fatigas (v. 25)
  • Estructuras paralelas:

A mayores tareas,

a más graves cuidados (vv. 51-52)

  • Estructuras simétricas, según el esquema trabajo-como-come-trabaja:

Yo, decía, trabajo y como paja;

él come harina, berza, y no trabaja. (vv. 65-66)

  • Estructuras bimembres:

es mayor y más dulce

el premio y el descanso (vv. 53-54)

  • Aliteración: repetición del sonido /ya/, tanto cuando corresponde a /y/ como a /ll/:

ya difícil, ya largo,

lo allana y facilita (vv. 10-11)

  • Sentido figurado: tiernos años (v. 2) = infancia, el templo de Minerva (v. 3) = el saber, el conocimiento
  • Hipérbole: exageración.

A mí me dan de palos cada día;

a él le rascan y halagan a porfía. (vv. 67-68)

  • Contraposición: el final de la fábula (vv. 77-78), en el que se encuentra la conclusión moral, se estructura en torno a una doble contraposición bueno/malo: ocio/trabajo, regalos/palos.
  • Repetición: un término aparece duplicado, para dar más fuerza a su contenido.

seguid, seguid la senda (v. 5)

Ea, jóvenes, ea (vv. 29 y 55)

Seguid, seguid marchando (v. 56)

ANEXO. Recursos retóricos de la lengua cotidiana

Desde el punto de vista sintáctico-estilístico, en la composición se aprecia un predominio de oraciones simples o con subordinación sencilla. Esto hace que el poema apenas presente complejidad formal.

En cuanto a la categorización gramatical, en la primera parte predominan los sustantivos abstractos, acordes con el mensaje moral que encierra: ciencias, tiempo, trabajo, tareas, cuidados, premio, descanso, fatigas, juicio, máximas, consejos, ocio, regalo… Incluso algunos de los concretos, tienen un sentido figurado: templo, pasos, senda, camino

En la segunda también encontramos sustantivos abstractos: suerte, destino, ocio, regalos, trabajo… Pero no son pocos los concretos, haciendo referencia a la diferente situación de los dos animales: paja, harina, berza, palos, pocilga, cuchillo, caldera… Además, en ella hay más verbos y están más cargados de acción que en la primera parte: trabajo, como, come, trabaja, dan de palos, rascan, halagan, avanza, dan fin, para, atengo

En resumen, puede decirse que el autor utiliza un lenguaje sencillo, pero preciso y correcto, adecuado para el fin pedagógico que pretende conseguir.

5.- Comentario del contenido.

Al hablar del sentido del poema, hay que preguntarse, en primer lugar, por qué Samaniego recurre a un género como la fábula moral. La explicación es sencilla. En la Ilustración, el precepto primordial que rige la creación artística en general es, por encima de cualquier consideración estética, la utilidad: una obra sólo es bella si es útil, es decir, si reporta algún beneficio a la sociedad. Según este principio, la literatura se convierte en un vehículo de formación, que debe contribuir a hacer mejores ciudadanos y, por qué no, también mejores personas. La máxima de la literatura ilustrada es, pues, instruir deleitando, ya que no se concibe mejor modo de educar que mediante la amabilidad; o, lo que es lo mismo, siguiendo el lema de ridendo corrigo mores, en lugar del que propone que «la letra con sangre entra». Y así lo expresa el propio Samaniego en este poema:

que en estos versos trato

de daros un asunto

que instruya deleitando. (vv. 40-42)

La fábula combina una narración muy sencilla con un diálogo puesto en boca de animales, del que se extrae una conclusión moral, de aplicación universal e intemporal, todo ello envuelto en un tono amable y positivo. El resultado es un relato aparentemente ingenuo, casi infantil, pero cargado de significado ético y sumamente pedagógico.

Los dos poemas en que se divide esta fábula se encuentran, pues, vinculados entre sí, más que por la forma (que, según acabamos de ver, presenta notables diferencias), por el contenido, ya que el primero constituye la aplicación práctica de la fábula propiamente dicha, y esta última un ejemplo que facilita la asimilación del mensaje transmitido en el primero. Y para dejar más clara esta vinculación, Samaniego encaja entre ambas partes estos cuatro versos:

Pero ¡qué! ¿os detiene

el ocio y el regalo?

Pues escuchad a Esopo,

mis jóvenes amados (vv. 59-62)

De este modo, al contrario de lo que sucede en la generalidad de las fábulas, en las que la narración y la conclusión moral dan pie a que el lector reflexione y la aplique a un caso concreto, aquí Samaniego comienza por la aplicación, personalizándola incluso a través de la dedicatoria «a los caballeros alumnos del Real Seminario Patriótico Vascongado», y a continuación narra la fábula del asno y el cochino, de la que dichos estudiantes (en realidad, todos los estudiantes) deberían aprender.

El campo semántico que impregna ambas partes de la composición es el del trabajo y sus circunstancias: trabajo, tareas, descanso, fatigas, me canso, descansa, descanso, trabajo, no trabaja, ocio

Y en la primera parte, esa actividad se orienta hacia el estudio: templo de Minerva, ciencias, profesores sabios, lauro, instruya, máximas, consejos

El sentido del conjunto es, pues, un canto a la laboriosidad y al esfuerzo, una exhortación a no dejarse arrastrar por la pereza que muestran otras personas. Si seguimos este consejo, al final, veremos recompensado nuestro sacrificio con los frutos de un trabajo bien hecho.

En el caso de los estudiantes, el esfuerzo, la aplicación y la constancia, conducen al conocimiento: es la senda que los lleva, guiados por sus profesores, «al templo de Minerva» (una imagen sencilla, con una referencia a la archiconocida diosa de la sabiduría). Para dar a la recomendación un carácter más visual, Samaniego acude a un ejemplo cercano: el trabajo de los labradores se ve compensado con la recogida de los frutos (una comparación fácil, acompañada de otra referencia clásica, en este caso a Ceres, diosa de la agricultura). Y remata el mensaje con una fábula: una breve historia, ambientada en el mundo animal, con un asno y un cochino que se comportan como personas, este último disfrutando de la vida regalada que le procuran sus dueños, y el primero envidiando la suerte de este y maldiciendo la propia, ya que no hace sino trabajar y recibir palos… hasta que llega el día de la matanza.

La moraleja del conjunto es clara, y típicamente ilustrada: debemos llevar una vida sencilla y laboriosa, estar satisfechos de nuestro trabajo y ser útiles y productivos para la sociedad, sin desfallecer ante el cansancio, ni dejarnos llevar de la pereza que podamos ver en los demás. Al final, la vida valorará nuestro esfuerzo y nos recompensará con los merecidos frutos.

El mensaje va explícitamente dirigido a los estudiantes, pero tampoco queda lejos de los profesores que los instruyen, y de los intelectuales en general; en realidad, su aplicación sería válida incluso para artesanos, campesinos, obreros y demás clases trabajadoras. Porque en el extremo contrario estarían los nobles, muchos de los cuales llevan una vida socialmente improductiva. El paralelismo entre estos y el cochino de la fábula se completa con la semejanza simbólica que guardarían la fiesta de la matanza, protagonizada por gentes empuñando cuchillos para dar buena cuenta del cerdo, y la rebelión popular armada que se produjo en Francia contra la monarquía y la nobleza, en la que muchos de sus miembros fueron pasados por la guillotina.

Desde este punto de vista, podemos apreciar cierto matiz de carácter social e ilustrado en el mensaje: hemos de aportar nuestro trabajo en beneficio de la sociedad, sin envidiar a quienes llevan una vida aparentemente regalada; a largo plazo, ser útil produce satisfacción, aunque sea a costa de un esfuerzo, mientras que ser un parásito no conduce sino a la degradación moral y al desprecio general.

Esta idea se refleja también en la famosa fábula de la cigarra y la hormiga: el trabajo es considerado una virtud social, que lleva implícita una importante dimensión de enriquecimiento moral para el individuo, mientras que la vida ociosa hace a los hombres improductivos, y por consiguiente, inútiles, prescindibles.

La fábula del asno y el cochino encierra, como hemos indicado, una enseñanza de validez universal e intemporal. De hecho, en el referido verso 61, el propio Samaniego reconoce haberse inspirado en Esopo, fabulista que vivió en la Grecia del siglo VI a.C. (¡hace más de 2.600 años!), y cuya fábula El buey y la becerra dice algo así:

Viendo a un buey trabajando, una becerra, que sólo se dedicaba a descansar y comer, se condolía de la suerte de aquel, alegrándose de la de ella.

Pero llegó el día de una importante fiesta religiosa y los hombres, descansando del trabajo, dejaron aparte al buey y cogieron a la becerra para sacrificarla.

Viendo lo sucedido, el buey dijo con satisfacción:

– Mira becerra, ahora sabes por qué tú no tenías que trabajar: ¡es que estabas destinada al sacrificio!

Nunca te ufanes de la ociosidad, pues no imaginas qué mal puede acarrearte.

Para terminar, me gustaría dejar abierta una vía alternativa de reflexión sobre el sentido de esta fábula. Y es que, ahondando en el comportamiento de los dos animales, vemos que ni todo es positivo en el asno, ni todo negativo en el cochino. En efecto, este lleva una existencia ociosa y regalada, que le conduce a un desenlace trágico; pero no se trata de una forma de vida que él haya elegido, y ni siquiera puede optar a otra, encerrado como está en su pocilga. Además, hemos de reconocer que, no por el hecho de ser ociosa, deja de tener, al final, cierta utilidad para la sociedad.

En cuanto al asno, tampoco puede decirse que sea un espíritu totalmente puro, ya que no es capaz de apreciar el lado positivo de las cosas, si no es en comparación con una situación negativa: en principio, se muestra envidioso de la suerte del cochino y le gustaría llevar la misma vida que este… hasta que llega el momento de la matanza, y entonces se reconoce afortunado por aquella existencia que antes le hacía tan desgraciado. Ese «al trabajo me atengo y a los palos» no deja de ser un conformismo insano: puede que la felicidad no esté en la vida regalada, cierto, pero tampoco se encuentra en el sufrimiento por el sufrimiento. O lo que es lo mismo, conviene trabajar, esforzarse, sacrificarse… para poder sentirse satisfecho de unos frutos merecidamente conseguidos y, por consiguiente, realizado; pero de ahí a consolarse admitiendo que esos frutos consistan en recibir sólo palos en vez de la muerte, va un trecho.

6.- Interpretación, valoración, opinión.

La fábula del asno y el cochino, con su dedicatoria y aplicación previa a los jóvenes estudiantes del Real Seminario Patriótico Vascongado, es la primera del primer libro de Fábulas de Samaniego, lo que le confiere un carácter de declaración de intenciones: con su obra, el autor pretende dar recomendaciones, especialmente a los jóvenes, sobre el modo éticamente correcto de actuar.

En esta fábula, Samaniego exhorta al trabajo positivo, ese trabajo que ennoblece y produce satisfacción a quien lo realiza. Recomienda no seguir el ejemplo de los perezosos, quienes al final se sentirán inútiles y frustrados, y en particular se dirige a los estudiantes, animándoles a no apartarse del camino que conduce a la sabiduría.

La forma sencilla y el contenido moral de esta composición le confieren un carácter pedagógico, acorde con el objetivo utilitario que la Ilustración busca en la creación literaria.

Contemplada la fábula desde una perspectiva relativizadora (los comportamientos humanos no son siempre sólo positivos o sólo negativos), veremos que es recomendable para los estudiantes seguir un camino de esfuerzo, de sacrificio incluso, pero también encontrar tiempo para el ocio y la diversión, todo en su justa medida. Vivir únicamente holgando conduce a la ignorancia, a la ruina y a la frustración; pero vivir sólo para el estudio, conduce a la sinrazón, a la pérdida del sentido de la realidad… y, de algún modo, también a la frustración.

No quiero terminar sin señalar que, si bien es cierto que la literatura ilustrada tenía un concepto bastante frío de la creación, con tanto afán por la utilidad, la educación de los ciudadanos y demás pragmatismos, cumplió una importante función, que en su momento no fue suficientemente reconocida. De hecho, estos planteamientos, que respondían a una visión europeísta de la política, la sociedad y la cultura, llevaron a los ilustrados a ser considerados incluso traidores a la patria, a los valores tradicionales. Sin embargo, en el fondo, ellos no pretendían sino hacer avanzar a la sociedad, modernizar el país, educar a sus gentes, tratar de que la economía progresara… y si algo entendemos hoy de libertades civiles y de sociedad del bienestar, no cabe duda de que se lo debemos a ellos.

El resumen definitivo del Informe sobre la Ley agraria, de Jovellanos

El siglo XVIII representa un período árido para la historia de la literatura. El movimiento ideológico conocido como Ilustración supone, en su faceta artística, un rechazo de la superficialidad formal del Barroco, al proponer una literatura que trasciende lo meramente estético y que busca la utilidad en las obras. Así, para los ilustrados, la creación literaria ha de ser un vehículo para las ideas, y no una simple expresión de la belleza del lenguaje. Pero este afán de didactismo, de aplicación y de eficacia echa a perder la creatividad, la imaginación, la estética… de tal modo que la poesía ilustrada resulta fría, sin sentimiento; la novela, escasa y sin interés, y el teatro, doctrinal. El ensayo, en cambio, género apropiado para el soporte de ideas, destaca por su brillantez. En efecto, si por algo es reseñable la creación literaria de este siglo es por la prosa de ideas, o lo que es lo mismo, por los escritos con mensaje, con un propósito didáctico, con una finalidad. Nada más lejos, pues, de la estética recargada del Barroco.

Como ejemplo de la prosa de ideas ilustrada, traemos aquí un documento cuasi oficial, un informe elevado al monarca sobre una ley: la Ley agraria. Obviamente, este no es un informe cualquiera. Tenemos la suerte de que el encargado de redactarlo fuera Jovellanos.

En este mismo blog podéis encontrar las siguientes entradas con resúmenes de obras:

Proponemos aquí dos posibles lecturas, de dificultad creciente:

  • La primera consistiría en leer únicamente los subrayados. Según explicamos en nuestro post inicial, al tratarse de un resumen amplio, esta lectura sería suficiente para comprender la obra, y, lo que es más importante, darla por leída sin perder esos detalles tan valiosos sobre los que frecuentemente tratan las preguntas de examen, y que raramente aparecen en los resúmenes que circulan por la red.
  • La segunda, que es la que nosotros recomendamos, requeriría leer la obra completa, fijándose especialmente en los subrayados, que, en este caso, servirían de ayuda para una más fácil comprensión del argumento.

Al abordar su lectura, hay que considerar que el Informe sobre la Ley agraria se escribió a finales del siglo XVIII, y los gustos de aquella época tenían muy poco que ver con los del siglo XXI. Pero hay que tener cierta amplitud de miras, y ser conscientes de que, desde entonces, los códigos estéticos han variado considerablemente.

Pero antes de nada…

Permíteme un consejo.

El resumen definitivo del Informe sobre la Ley agraria. Jovellanos
Algunos datos de la biografía de Jovellanos

Gaspar Melchor de Jovellanos nace en Gijón, en 1744.

Estudia Filosofía en la Universidad de Oviedo y posteriormente Derecho Canónico en la de Ávila. Sigue los estudios eclesiásticos en Alcalá, donde conoce a Cadalso y a Campomanes.

En 1767 ejerce el cargo de Alcalde del Crimen en la Audiencia de Sevilla. Además, participa en la fundación de la Sociedad Patriótica Sevillana.

En 1778, gracias a la influencia del duque de Alba, consigue el traslado a la Sala de Alcaldes de Madrid.

Jovellanos

En la capital entra en la tertulia del conde de Campomanes, ministro de Hacienda de Carlos III, quien reconoce su gran capacidad y le recomienda para formar parte de diversas comisiones. Ingresa en la Sociedad Económica Matritense y, desde 1784, ejerce como su director. Redacta estudios sobre la economía de España, entre los que destaca el Informe sobre la Ley Agraria.

Participa activamente en la vida cultural del país y es nombrado miembro de las Reales Academias de Historia, de Bellas Artes y de la Lengua.

Sin embargo, en 1789, el comienzo de la Revolución francesa hizo temer al recién coronado Carlos IV una situación semejante en España y decidió poner fin a las ideas ilustradas, apartando de la vida política a los intelectuales que habían manifestado este tipo de ideas avanzadas.

Así, Jovellanos se ve obligado a salir de la Corte, trasladándose a Gijón. Allí continúa su actividad en favor de lo que él considera necesario para el progreso de la nación, y concretamente de la región asturiana: elabora informes sobre la situación de la minería y propone la construcción de dos carreteras que comuniquen Gijón, por un lado con Langreo, y por otro con León.

Es impulsor también de la creación del Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía, en Gijón.

En 1797, tras la alianza de Carlos IV con la Francia revolucionaria, el primer ministro Godoy decide apoyarse nuevamente en los intelectuales ilustrados y nombra a Jovellanos ministro de Gracia y Justicia. Pero su afán reformista resultaba demasiado avanzado y, un año después, es cesado por Mariano Luis de Urquijo, que había sustituido a Godoy.

ilustrados

Regresa a Gijón, donde participa en el proyecto de creación de una Academia Asturiana, cuyo objetivo sería el estudio de la historia y la lengua asturianas.

En 1800 es destituido Urquijo como ministro de estado y vuelve Godoy al poder. Sin embargo, los fundamentos políticos son otros ahora y Jovellanos es condenado a prisión en el castillo de Bellver, en Mallorca.

En 1808, tras el motín de Aranjuez, es liberado, pero rechaza formar parte del gobierno de José Bonaparte. Durante la ocupación napoleónica, el órgano político de resistencia era la Junta Central de Sevilla, y en ella participa Jovellanos en representación de Asturias. La entrada de los franceses en Andalucía hace que la Junta se traslade a Cádiz y se cree el Consejo de Regencia, que será el encargado de organizar las Cortes. Pero las acusaciones vertidas por los aristócratas contra los miembros de dicho Consejo, tachándolos de afrancesados por sus ideas avanzadas, provocan el abandono de algunos de ellos. Jovellanos regresa en 1810 a Gijón y, un año después, muere.
Obra

En la obra de Jovellanos pueden distinguirse dos etapas: una «literaria» y otra «utilitaria».

En su juventud, especialmente durante la época en que frecuenta la tertulia de Pablo de Olavide, en Sevilla, cultiva los géneros más «literarios». A esta etapa pertenecen sus composiciones poéticas, la tragedia titulada La muerte de Munuza (también conocida como el Pelayo) y su comedia El delincuente honrado.

Ya en su madurez, desarrolla una producción literaria de género «utilitario», que incluye informes y ensayos sobre diferentes aspectos de la situación económica del momento, analizada siempre desde un punto de vista reformador. En este género es en el que nuestro autor destaca especialmente. Y entre tales obras cabe mencionar el Informe sobre la Ley agraria, que constituye una propuesta de modernización del campo, que se llevaría a cabo mediante la intervención del Monarca.

El Informe sobre la Ley agraria

Se trata de una obra escrita entre 1784 y 1787, a instancias de la Sociedad Económica Matritense, en la que, a través del Consejo de Castilla, se propone al Rey una reforma profunda del campo español, que contribuya a la recuperación de la economía nacional.
Contexto histórico.

agricultura siglo XVIII

En el siglo XVIII, la agricultura era en España la principal fuente de riqueza, y a ella se dedicaba más del 80% de la población. La mayor parte de la tierra se consideraba «amortizada», lo que significaba que no podía comprarse ni venderse; así sucedía con las propiedades de la nobleza, que únicamente se transmitían mediante herencia (y generalmente al hijo primogénito, en virtud de la figura legal del mayorazgo), pero también con los terrenos a nombre de la Corona, de la Iglesia o de los ayuntamientos, de cuyo arrendamiento estos recibían considerables rentas. La mayor parte de la tierra cultivable estaba, pues, fuera del mercado y la inmensa mayoría de la población la trabajaba como arrendatario, o incluso como simple jornalero, pero no podía acceder a la propiedad.

Por otra parte, la ganadería ovina extensiva gozaba de un considerable poder económico y político. Los grandes propietarios poseían enormes rebaños que les proporcionaban grandes beneficios, y, organizados en la Mesta, habían conseguido no pocos privilegios, tales como la prioridad de los terrenos de pasto sobre los dedicados al cultivo o la prohibición de cercar las tierras, de manera que el ganado pudiera desplazarse y pastar libremente.

La preocupación fundamental de los ilustrados españoles era la cuestión económica. Por ello, se esforzaban en analizar la situación real del país y en proponer reformas que contribuyeran a su desarrollo económico.

la Ilustración

Carlos III asciende al trono en 1759 e inmediatamente muestra su voluntad de seguir la senda de modernización marcada por Europa, siempre que no represente una amenaza contra los principios fundamentales de la monarquía (es lo que se conoce como despotismo ilustrado, cuyo lema es «todo para el pueblo, pero sin el pueblo»). Para llevar a cabo su plan de modernización, se rodea de ministros y colaboradores ilustrados, que, desde diversos puestos del gobierno, ponen en práctica las reformas. Entre ellos cabe destacar a Campomanes, al conde de Floridablanca, al conde de Aranda y a intelectuales como Pablo de Olavide, Francisco Cabarrús y Gaspar Melchor de Jovellanos. Todos ellos reflexionan profundamente sobre la situación económica de la España del momento y proponen medidas tendentes a la modernización y racionalización del país.
Un informe por encargo

Uno de los principales problemas económicos residía, como ha quedado ya señalado, en la situación de la agricultura. Sin embargo, a pesar de la urgencia, la solución se demoraba.

El Consejo de Castilla había recopilado diversos expedientes sobre los arrendamientos agrarios, la Mesta, etc. contemplando posibles soluciones, como paso previo a la aprobación de una Ley agraria, y en 1785 los remite a la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, con el fin de que emita un informe sobre la viabilidad de dicha ley. Se encomienda la elaboración del dictamen a Jovellanos, quién lo concluye en 1787 (aunque no será publicado hasta 1795).

Informe sobre la Ley agraria

El documento constituye un diagnóstico de los problemas de la agricultura española del momento, extensivos a la economía general del país, con una propuesta clara de soluciones para paliarlos. Sin embargo, la Ley agraria no se promulgó y los remedios propuestos por Jovellanos nunca llegaron a ponerse en práctica. Y es que la nobleza y la Iglesia, que veían amenazados sus privilegios, ejercieron su poder contra la reforma del campo y presionaron al recién coronado Carlos IV, atemorizándole sobre los efectos que estaban produciendo las ideas ilustradas de la Revolución en la vecina Francia. Fue este temor el que le llevó a frenar todas las reformas y a paralizar el Expediente de Ley de Reforma agraria propuesto por Jovellanos.
Estructura y contenido del Informe
Preliminares

La agricultura española se halla en una situación de extraordinaria decadencia. Como nunca en épocas anteriores.

La solución no está tanto en promulgar nuevas leyes como en derogar antiguas. La idea es proteger la agricultura quitando obstáculos para su desarrollo. Lo principal es remover los estorbos que limitan el interés de los particulares y permitir que estos actúen libremente, siempre dentro de la legalidad.

Tales estorbos son de tres tipos: políticos, morales y físicos.
A.- Estorbos políticos, o derivados de la legislación.

Las leyes que regulan la agricultura no siempre la benefician.

Algunos de los obstáculos son:

1.- Baldíos.

Son tierras que se quedan sin cultivar, abandonadas por propietarios y colonos, por falta de interés. Se podrían dedicar a cultivos o a pastos.

2.- Tierras concejiles.

Se podrían dividir y entregar a familias, para que, movidas por su propio interés, las cultivaran. Eso incrementaría las rentas municipales y además reactivaría la economía local.

3.- Abertura de las heredades.

La prohibición de cerrar con valla las propiedades, con el fin de favorecer a la ganadería, resulta perjudicial para el progreso de la agricultura. Esta norma supone una violación del derecho de propiedad individual, y es producto de la gran influencia que siempre ha tenido la Mesta sobre los poderes públicos. El hombre ama la tierra y dedica su esfuerzo a cultivarla cuando saca provecho de ella. Debería permitirse cerrar todas las propiedades, igual que se hace con huertas y viñas.

4.- Utilidad del cerramiento de las tierras

El cerramiento permite dividir las tierras en pequeñas parcelas, que se dedican a labores específicas. Con ello se aumenta la producción, los frutos se pueden combinar con pastos y tener el ganado recogido y bien alimentado. Esta situación llama al establecimiento de las familias en la zona, y nada mejor para la sociedad que tener a sus ciudadanos satisfechos de su propio trabajo.

También el cerramiento de los montes resultaría beneficioso para estos: los propietarios tendrían control sobre su aprovechamiento, los conservarían mejor y producirían más leña y más madera para construir barcos, tan necesarios para la Marina Real.

El principal efecto del cerramiento de las tierras es la protección del cultivo. Se ha de dejar a los propietarios que saquen el mayor rendimiento posible de sus tierras, y eso redundará en beneficio del comercio y, finalmente, de la economía.

Desde el gobierno no se ha de intervenir sobre las relaciones entre los propietarios de las tierras y sus arrendatarios: tan injusto es limitar la renta como obligar a aumentarla, igual que es inadecuado obligar a un tiempo mínimo de arriendo. Hay que dejar que entre propietarios y colonos lleguen a acuerdos que satisfagan a ambas partes.

El progreso de la agricultura se encuentra, pues, en el interés particular de propietarios y agricultores, que se esmerarán en la producción para satisfacer la demanda y a la vez incentivarán el consumo.

5.- La Mesta

Son injustos los privilegios de los que goza la ganadería trashumante, pues en virtud de ellos, los propietarios no pueden cerrar sus dehesas ni dedicarlas a otra cosa que no sea pasto. El rey podría poner fin a ese desequilibrio entre la ganadería trashumante y la estante, manteniendo, eso sí, las cañadas. Con ello, los cultivos crecerían y también la riqueza pública.

6.- La amortización.

En principio, no existe ninguna objeción hacia el hecho de que las personas acumulen riqueza y propiedades, pues su interés por aumentarlas hará que inviertan, con el consiguiente desarrollo económico general.

El problema son las leyes que favorecen la amortización, es decir, que vinculan la posesión de grandes propiedades en unos pocos propietarios: son las denominadas «manos perezosas», familias (generalmente de la nobleza) u organizaciones concretas (como la Iglesia), que no ponen suficiente interés en trabajarlas, y a las que la ley impide su venta a quien podría obtener aprovechamiento de ellas.

La escasez de tierra cultivable provoca su encarecimiento y por tanto la huida de la inversión del sector agrícola.

Los grandes propietarios no ven interés en hacer productivas sus tierras y centran sus inversiones en la ganadería o el comercio. La agricultura queda así en manos de pobres e ignorantes colonos, que no pueden hacer más que subsistir con su trabajo.

Ha de ponerse fin, por tanto, a la amortización eclesiástica y civil:

  • En cuanto a la eclesiástica, el propósito de Jovellanos no es censurar las propiedades del clero, sino una actitud codiciosa sin sentido, que lo único que hace es provocar el empobrecimiento del pueblo. Cabe destacar las propiedades que el clero regular mantiene, procedentes de aquella época en que las familias poderosas dotaban a ciertas órdenes, con el propósito de ver ascender en la escala jerárquica a un hijo ingresado en alguna de ellas. Y de forma semejante hay que considerar las donaciones recibidas desde hace siglos. Esta actitud no encaja con el voto de pobreza y humildad del clero. La solución está no sólo en prohibir esta práctica, sino también en obligar a la Iglesia a vender estas propiedades, de tal manera que puedan ir a parar a manos laboriosas.
  • Por lo que respecta a la civil, el problema reside en los mayorazgos, que, a la muerte del cabeza de familia, transmiten en herencia las propiedades al hijo mayor, sin que tenga posibilidad de venderlas. Jovellanos no censura los mayorazgos en la nobleza, considerando que es un derecho adquirido históricamente. (No obstante, aprovecha para lanzar una crítica suave sobre el modo en que la nobleza actual vive de las rentas económicas y de gloria que sus antepasados adquirieron en combate). El problema es que se han acogido a este derecho los nuevos ricos, que han hecho su fortuna a través del comercio. Recomienda permitir que estas familias puedan arrendar las tierras a largo plazo, de manera que les proporcionen una renta y, al mismo tiempo, trasladen a los colonos el interés por trabajar la tierra y perfeccionar su cultivo.

7.- Circulación de los productos de la tierra.

El que la tierra sea productiva interesa al labrador, pero también al propietario.

Las tasas encarecen los frutos. A menudo se culpa de este encarecimiento a los intermediarios. Sin embargo, esta figura es indispensable, ya que alguien tiene que encargarse de transportar los frutos desde su lugar de producción hasta los mercados. Y esto no puede hacerlo el campesino, y mucho menos el propietario.

Una posible solución sería permitir al colono comerciar directamente con algunos de los frutos que produce, sin tasas ni intermediarios. Porque si no le interesa económicamente producirlos, dejará de cultivarlos, y la escasez generará carestía. En cambio, una producción abundante dará lugar al abaratamiento de los precios.

  • Del comercio interior en general.

Hay provincias que recogen más grano del que consumen y otras que no cultivan tanto como necesitan. Si no se facilita el comercio entre productores y consumidores, los productores dejarán de cultivar el sobrante, y en las provincias deficitarias habrá escasez y carestía. No queda otro remedio que permitir que los comerciantes realicen ese traslado de mercancías entre unas provincias y otras. El problema es que esto da lugar a un monopolio legal, que es lo contrario de la libertad comercial: los propietarios almacenan grandes cantidades de grano y la venden a los comerciantes cuando lo creen conveniente, influyendo así en el precio y obteniendo cuantiosas ganancias. La liberalización del comercio interior permitiría que los cosecheros vendieran directamente a los comerciantes, con lo que unos y otros conseguirían mejor precio y a la vez forzarían a los propietarios a bajar el precio de lo que tienen almacenado.

  • Del comercio exterior.

También es recomendable la libre exportación. La de frutos, porque con ello se compite con la producción extranjera. La de materias primas (como es el caso de la lana), para compensar el hecho de que nosotros consumimos después los productos elaborados (como paños). Con respecto a la de grano, sería preferible equilibrar la producción-consumo interior, para que no se produzcan excedentes en unas provincias y carencias en otras, que se vean obligadas a importar grano extranjero; pero entre tanto, no ha de cerrarse la puerta a la importación de grano de consumo esencial, con el fin de que no llegue a producirse carestía, y menos aún desabastecimiento, en las provincias que no producen lo suficiente. Si en algún momento las cosechas a nivel nacional lo permiten, cesaría la importación y podría llegarse incluso a exportar.

8.- De las contribuciones, examinadas con relación a la agricultura.

Entre los obstáculos que existen para el desarrollo de la agricultura, también están los impuestos, que perjudican a los intereses de propietarios y de colonos.

Se grava el consumo de productos, tanto los de primera necesidad como los que no lo son, y eso perjudica a las familias con menos recursos, ya que tienen que invertir la mayor parte de sus ingresos en artículos de primera necesidad, mientras que las ricas invierten en este concepto proporcionalmente mucho menos, dedicando buena parte de sus ingresos a artículos de lujo. Los impuestos deberían gravar sobre todo lo superfluo, y no lo necesario.

El impuesto a la transmisión de tierras también perjudica al pequeño propietario, ya que las pequeñas propiedades son las que más se venden. Y en cambio, la industria y el comercio gozan de grandes exenciones tributarias. Por no hablar de las innumerables inspecciones a que son sometidos los agricultores para controlar el pago de las rentas.

Así las cosas, ¿quién va a dedicar su esfuerzo personal y económico a la agricultura? Los cultivos quedan, pues, en manos de pobres gentes, incultas y desvalidas.
B.- Estorbos morales, o derivados de la opinión.

También en el orden moral hay obstáculos que dificultan el progreso de la agricultura, y son los que la presentan ante los gobernantes como una actividad secundaria, o, lo que es peor, los que proponen formas erróneas de promover el cultivo.

1.- De la parte del gobierno.

En los últimos tiempos, España, por imitación a otras naciones europeas, ha intentado basar su desarrollo económico en la industria, el comercio y la navegación. Y es verdad que estos son aspectos muy importantes, pero también es cierto que un país necesita producción agrícola, y no debería favorecerse a aquellos factores en detrimento de este. El Gobierno ha de estimar a cada uno en lo que vale y protegerlo en su justa medida.

2.- De la parte de los agentes de la agricultura.

A lo largo de los siglos, el hombre se ha afanado por domesticar la naturaleza para poder cultivarla. Sin embargo, la falta de conocimientos hace que muchas tierras estén mal cultivadas.

La agricultura requiere hombres prácticos, que conozcan las labores del campo. Pero estos conocimientos no se enseñan en el sistema educativo. Las ciencias intelectuales son muy necesarias para el avance de la civilización, pero también es indispensable formar a los labradores para que perfeccionen sus técnicas. Y el modo de hacerlo es, en primer lugar, instruyendo a los propietarios; en segundo lugar, formando a los labradores, y esto se llevaría a cabo a través del clérigo del pueblo, quien podría conjugar la enseñanza religiosa y moral con la práctica; y por último, creando cartillas rústicas, en las que se explicaría a los agricultores, con lenguaje claro y comprensible, los métodos de cultivo más eficaces, y esta tarea se podría encomendar a las Sociedades Patrióticas.
C.- Estorbos físicos, o derivados de la naturaleza.

Hay obstáculos naturales, tan poderosos que los individuos no son capaces de enfrentarse a ellos, y solo pueden ser compensados mediante la acción del Gobierno.

1.- Falta de riego.

España es un país de clima generalmente seco. Para conducir las aguas a las zonas más áridas es necesario crear grandes canales, obras que nunca serían acometidas desde la iniciativa privada, y que por tanto deben ser emprendidas por el Gobierno. Con ello aumentaría la productividad en las regiones menos favorecidas.

2.- Falta de comunicaciones.

Acometidas las obras anteriores, corresponde facilitar las comunicaciones, con el fin de favorecer el consumo generalizado de los productos agrícolas. Para ello, sería necesario mejorar los caminos que comunican unas provincias con otras, y los que comunican con las fronteras y los principales puertos de mar.

  • Por tierra.

Con frecuencia, las grandes capitales, importantes centros de consumo, están lejos de los centros de producción, y el transporte encarece el precio de las mercancías. Por ello es necesario hacer carreteras y canales, que faciliten las comunicaciones: primero las carreteras más necesarias, que son las interiores; después las que van hacia el exterior, y por último, los canales, que constituyen la obra más cara. No han de abordarse obras que no se vayan a concluir, con el fin de no gastar recursos innecesariamente.

La rápida circulación de productos animará el consumo y esto incentivará el cultivo.

  • Por agua.

La circulación de las carreteras se completaría con canales que unieran los principales ríos: el Duero y el Ebro con el Tajo, y este con el Guadalquivir.

3.- Falta de puertos de comercio.

España tiene el gran privilegio de estar rodeada de mar, con salidas al Mediterráneo y al Atlántico. Hay que mejorar los puertos marítimos y no poner trabas a la navegación, para facilitar el comercio de productos agrícolas.

Removiendo estos estorbos, progresará la agricultura. «Para vencer los estorbos políticos basta que Vuestra Alteza hable y derogue; los de opinión cederán naturalmente a la buena y útil enseñanza, como las tinieblas a la luz; mas para luchar con la naturaleza y vencerla son necesarios grandes y poderosos esfuerzos, y por consiguiente grandes y poderosos recursos.»
Medios de remover estos estorbos

Abordar estos proyectos supone una enorme inversión económica, que sería necesario detraer de otro foco de gasto. Lo más conveniente sería reducir los destinados a la guerra y a la construcción de monumentos suntuosos, que no reportan más que orgullo a la nación, pero ningún beneficio económico.

  • Mejoras que tocan al reino.

Del gasto público deberían destinarse recursos para la construcción de grandes carreteras, canales y puertos. Además, en tiempo de paz, los soldados podrían contribuir a su construcción.

  • A las provincias.

El producto obtenido de arrendar tierras baldías, y también un impuesto específico, pagado por todos en proporción a la fortuna de cada uno, debería destinarse a la construcción de carreteras interprovinciales, canales que unen ríos, pequeños puertos, etc.

  • A los concejos.

Cada concejo, a través de algún impuesto pagado por los vecinos en proporción a su renta, debería asumir la construcción de caminos que unen los núcleos de población o que llevan a los centros de mercado, las acequias de riego, etc.

Con estas medidas, la agricultura será productiva y rentable; los agricultores estarán satisfechos y los propietarios participarán de su prosperidad; la población se repartirá proporcionalmente en las grandes ciudades y en el campo… y todo ello repercutirá en el desarrollo del comercio y de la industria, y, en definitiva, en la prosperidad de la nación.
Conclusión.

Una vez vistos los obstáculos, políticos, morales y físicos, que existen para el desarrollo de la agricultura, se sugieren al Monarca posibles soluciones. Estas, a juicio de la Sociedad, se resumen en:

  • Venta de las tierras comunes.
  • Prohibición de vincular.
  • Disolución de los pequeños mayorazgos.
  • Amortización eclesiástica y civil.
  • Autorización al cerramiento de fincas.
  • Construcción de caminos, canales y puertos.
  • Libre circulación de frutos.
  • Sistema justo de contribuciones, en función de la renta de cada familia.
  • Derogación de las leyes que conceden tantos privilegios a la ganadería, y en especial a la Mesta.
  • Derogación de las leyes que impiden la transmisión de propiedades, y hacen que las tierras se acumulen en manos no productivas.
  • Instrucción de propietarios y trabajadores sobre mejora de las técnicas agrícolas.

Para terminar

El Informe sobre la Ley agraria constituye una obra que, por lo oficial y burocrática, nos cuesta casi reconocer como literatura. En efecto, Jovellanos elabora un informe dirigido al rey, riguroso, bien argumentado, en términos correctos, elogioso a veces y muy comedido a la hora de formular propuestas «revolucionarias» que pudieran producir malestar a la nobleza y al clero. Un informe, pues, efectivo y con una finalidad clara: convencer al monarca de lo conveniente de tomar medidas que favorezcan el desarrollo de la agricultura, que redundarán en la prosperidad económica de la nación.

Sin embargo, a pesar de esa aparente «oficialidad», el Informe sobre la Ley agraria cumple con todos los requisitos para ser considerado una obra literaria, y no de escasa calidad: su autor emplea una prosa cuidada, elegante y precisa, y transmite un mensaje de forma eficaz; pertenecería, en efecto, al género de la prosa de ideas, en el que el contenido prima sobre la forma y esta se adecúa a aquel. Por árido que pueda resultarnos, este Informe es la máxima expresión de la prosa del siglo XVIII: una obra funcional pero artística… o artística pero funcional.

El resumen definitivo de las Cartas marruecas, de Cadalso

Simplificando mucho, podría decirse que la Ilustración, como movimiento literario, presenta dos aspectos fundamentales: la didáctica y la crítica, los cuales a veces aparecen bien diferenciados, pero en ocasiones se complementan, bajo el manto de la utilidad, que todo lo cubre en esta época.

En el caso de las Cartas marruecas (1789), obra ensayística del escritor José Cadalso, predomina el segundo aspecto, pues constituye un recorrido satírico por las costumbres de la sociedad de la época. En efecto, la lectura de esta obra nos permite comprender mejor la España del siglo XVIII, analizándola, con un estilo ameno, desde la perspectiva “ingenua” de un joven marroquí, que contempla extrañado las costumbres de este país.
Formalmente, se trata de la correspondencia (ficticia) que Gazel, un joven marroquí que llega a España junto con la comitiva de un embajador de Marruecos, mantiene con Ben Beley, su maestro y guía espiritual, describiéndole las condiciones de vida y las costumbres españolas, especialmente aquellas que más contrastan con las propias. Estas cartas se alternan con algunas que cruzan Gazel y Nuño, su amigo español, y este con Ben Beley. Entre los tres personajes se producirá, como veremos, un interesante juego de perspectivas sobre la situación española del momento.

En este mismo blog podéis encontrar las siguientes entradas con resúmenes de obras:

Proponemos aquí dos posibles lecturas, de dificultad creciente:

  • La primera consistiría en leer únicamente los subrayados. Según explicamos en nuestro post inicial, al tratarse de un resumen amplio, esta lectura sería suficiente para comprender la obra, y, lo que es más importante, darla por leída sin perder esos detalles tan valiosos sobre los que frecuentemente tratan las preguntas de examen, y que raramente aparecen en los resúmenes que circulan por la red.
  • La segunda, que es la que nosotros recomendamos, requeriría leer la obra completa, fijándose especialmente en los subrayados, que, en este caso, servirían de ayuda para una más fácil comprensión del argumento.

El lector observará que, además de los subrayados en amarillo, que destacan lo fundamental de la trama, hay algunos en verde. Son pocos, apenas unas frases en toda la obra: se trata de aquellas ideas en las que se concentra la esencia del mensaje ético y social que el autor pretendía transmitir a los lectores.

Al abordar su lectura, hay que considerar que las Cartas marruecas se escribieron hacia 1789, y los gustos de aquella época tenían muy poco que ver con los del siglo XXI. Pero hay que tener cierta amplitud de miras, y ser conscientes de que, desde entonces, los códigos estéticos han variado considerablemente.

Para un estudio más profundo de la obra, se puede acudir a los trabajos de Ana Tobío, El tema de la nobleza en las Cartas marruecas, y de Jesús Cañas, Una inconfesa novela de la Ilustración.

El siguiente vídeo ofrece una lectura de una de las cartas más divertidas:
https://vimeo.com/97105639

Pero, antes de entrar en materia…

Permíteme un consejo

El resumen definitivo de las Cartas marruecas. José Cadalso

Algunos datos biográficos de José Cadalso

José Cadalso nace en Cádiz, en 1741.

La muerte de su madre a consecuencia del parto, y la ausencia de su padre por causa de negocios en América, fueron el motivo de que se encargara de su educación un tío suyo jesuita, que le envió a estudiar a distintos países de Europa: Francia, Inglaterra, Italia y Alemania. A su regreso a España, se encuentra con una sociedad rancia y atrasada, que choca con la cultura abierta y moderna que ha conocido en aquellos países.
Entre los dieciséis y los dieciocho años permanece en España, pero no llega a adaptarse, y consigue que su padre le vuelva a enviar a Europa, residiendo durante dos años en París y en Londres.

José Cadalso

Pero en 1761, la muerte de su padre le obliga a regresar a España para hacerse cargo de la herencia.

Se alista en el Ejército y participa en la campaña de Portugal. Trasladado su regimiento a Madrid, es testigo del motín de Esquilache, en marzo de 1766. En esta época comienza su actividad literaria y empieza también a frecuentar los ambientes de la alta sociedad; así, en casa de la Marquesa de Escalona conoce al todopoderoso Conde de Aranda, presidente del Consejo de Castilla.
En 1768 circula por Madrid, para gran escándalo de la nobleza (y en especial de las damas), un libelo titulado Calendario manual y guía de forasteros en Chipre, en el que se satirizan las costumbres amorosas; la opinión pública se lo atribuye a Cadalso, y este tiene que marcharse durante cierto tiempo a Zaragoza. A este período pertenece su obra poética de estética anacreóntica Ocios de mi juventud, encuadrada en los esquemas de poesía neoclásica, al gusto del momento.

En 1770 regresa a Madrid, donde frecuenta los círculos teatrales. A esta época pertenece su producción dramática: Solaya o los circasianos y Don Sancho García. Vive también una apasionada relación amorosa con la actriz María Ignacia Ibáñez. Pero apenas un año más tarde, esta muere repentinamente, dejando desolado a Cadalso (este episodio se verá reflejado en sus Noches lúgubres, de claro tono prerromántico).
Sufre una profunda depresión, de la que no es capaz de distraerse ni siquiera frecuentando las tertulias literarias, en las que toma contacto con otras figuras del pensamiento ilustrado del momento, como son Moratín e Iriarte. A esta época pertenece su obra Los eruditos a la violeta, en la que satiriza la erudición vana y superficial.

Entre 1773 y 1774 se instala en Salamanca, donde continúa con su actividad literaria, proyectando sus vivencias y emociones en obras poéticas, dramáticas y ensayísticas. A este período corresponden sus reflexiones sobre la sociedad y la cultura española, recogidas en las Cartas marruecas. Además, frecuenta los círculos literarios de la ciudad, entre los que se encuentran figuras de la talla de fray Diego González, Juan Pablo Forner, Iglesias de la Casa o Meléndez Valdés.
En 1777 da un paso adelante en su carrera militar: es ascendido a comandante de escuadrón y participa en el asedio de Gibraltar. Poco después, en 1781, alcanza el grado de coronel. Pero un año más tarde, con sólo cuarenta de edad, muere al recibir en la cabeza el impacto de un fragmento de metralla.
Entre 1789 y 1790 aparecen de forma póstuma sus dos obras más importantes: Noches lúgubres y Cartas marruecas.

Contexto histórico y literario en que se enmarcan las Cartas marruecas

Con el arranque del siglo XVIII, promovido desde la monarquía y el estamento burgués, se produce un importante cambio en el pensamiento, conocido como Ilustración. Este cambio supone una ruptura con la tradición y con la fe como medios de conocimiento, en favor del método científico: la utilización de procedimientos racionales y críticos, y sobre todo la experiencia, serán ahora los únicos válidos para explicar la realidad y llegar así a la verdad.

Este período es también denominado “Siglo de las Luces”, y es que suele decirse que el conocimiento es la luz para acabar con la oscuridad de la ignorancia. Para los ilustrados, esta se encuentra instalada en las creencias religiosas y en las tradiciones más ancestrales, muchas veces supersticiosas, y el respeto ciego a estas creencias y tradiciones no hace sino fomentar el atraso de la sociedad.

Este movimiento tiene su máxima expresión en Inglaterra, donde aparecen figuras de la talla de Newton, Hobbes o Locke, y en Francia, donde se genera una corriente intelectual encabezada por Voltaire, Rousseau y Montesquieu, que culmina con la redacción de la Enciclopedia, y que será el germen de la Revolución Francesa de 1789.

A partir de estos dos focos principales, el pensamiento innovador se empieza a difundir por el resto de Europa.

En España, tras la muerte de Carlos II sin descendencia, se produce la guerra de Sucesión, resultando vencedor el Borbón Felipe de Anjou, que asciende al trono como Felipe V. Los orígenes franceses de la nueva casa real favorecerán, especialmente durante el reinado de Carlos III (1759-1788), la penetración del pensamiento ilustrado en la anquilosada cultura española.

Un grupo de intelectuales, entre los que se encuentran Feijoo, Jovellanos, Moratín y Cadalso, asumen la empresa de incorporar a España a la corriente ilustrada que recorre el resto de Europa. Pero el tránsito renovador no será tan sencillo, pues la tradición y la fe pesaba todavía mucho sobre el carácter nacional, y esa postura crítica frente a ciertas ideas que fomentaban el anquilosamiento cultural les supondrá el rechazo popular, bajo la acusación de “afrancesados”, o lo que es lo mismo, de antipatriotas. También se resisten al cambio la nobleza y el clero, que ven cómo los intelectuales burgueses pretenden acabar con los principios ideológicos sobre los que se sustenta la sociedad del Antiguo Régimen, en que ellos se encuentran confortablemente asentados, gozando de no pocos privilegios. Así pues, los ilustrados no contarán con el apoyo de ningún sector de aquella misma sociedad que no pretenden más que mejorar. Tan sólo el monarca parece estar interesado en fomentar la reforma progresista, y de su mano se publican libros de contenido científico y filosófico, se traducen obras extranjeras, se promueven viajes de estudios por Europa y se crean instituciones para el desarrollo de la cultura, tales como la Real Academia de la Lengua, que impulsa la elaboración de un diccionario y una gramática.

Tertulia Ilustración

Pero aquella crítica contra lo tradicional, tan mal entendida por los españoles en general, tenía una finalidad positiva: hacer avanzar a la sociedad. Para alcanzar la felicidad colectiva es preciso salir de la incultura, reforzar la economía y mejorar las condiciones sociales. Los ilustrados proponen, como primera medida, la educación de los ciudadanos, y la literatura ya no puede ser un mero artificio estético, como sucedía en el Barroco, sino que ha de ser un instrumento útil, didáctico, puesto al servicio de la educación.
Se produce así una reacción contra la literatura barroca, caracterizada fundamentalmente por la dificultad, ya fuera formal o conceptual (como muestra del culteranismo y del conceptismo, ya analizamos aquí, en posts anteriores, a Góngora y a Quevedo, respectivamente). Los ilustrados consideran que un lenguaje literario que no se entiende carece de sentido y sobre todo de utilidad, y proponen una vuelta a la claridad, a la sencillez, de manera que cualquier composición literaria pueda ser transmisora de contenidos y, en definitiva, contribuya a la formación intelectual, moral y social de quien la lee.

Pero su intención va más allá de lo meramente estético: su propósito de instruir a la sociedad obedece a un plan para mejorarla. La España de finales del siglo XVII era un país empobrecido, heredero de la crisis económica y espiritual en que había terminado degenerando el agotado esplendor del Barroco. Las clases trabajadoras vivían en la miseria, carentes de derechos y, lo que es peor, sumidos en la ignorancia. Instruyendo a las clases populares, los ilustrados pretenden modernizar la cultura, generar progreso económico y conseguir un mayor bienestar social.
En el plano artístico, se produce una reinterpretación del clasicismo: no se trata ya de una recuperación de sus principios estéticos (como ocurría en el Renacimiento), sino de una nueva visión de los mismos, y de ahí la denominación de Neoclasicismo. En general, frente a la exageración y la complicación barrocas, ahora se busca la moderación y la simplicidad; frente al retorcimiento, la armonía; frente al pesimismo, el optimismo, la alegría, la diversión; frente al lenguaje complejo y artificioso, la claridad expresiva…
Se distinguen tres etapas en la literatura española del siglo XVIII:
Antibarroquismo: durante la primera mitad del siglo, se mantiene la reacción contra los postulados estéticos del Barroco.
Neoclasicismo: durante la segunda mitad del siglo, siguiendo los dictados de Ignacio Luzán en su Poética, y sin apartarse mucho de la línea antibarroquista, triunfa la corriente neoclásica, basada en una actualización de temas y estilos heredados de la antigüedad griega y latina. Tiene dos vertientes: una profunda, marcada por su búsqueda de la utilidad y su finalidad didáctica, y otra más ligera, conocida como Rococó, en la que predominan los temas pastoriles y la exaltación del placer y el amor galante. Las estrofas más habituales son las odas, las epístolas, las elegías y los romances.
Prerromanticismo: a caballo entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, comienza a apuntar cierta tendencia hacia la expresión espontánea de los sentimientos y las emociones íntimas, como una reacción frente a la tiranía de la razón, que imponía la Ilustración, y frente a la concepción del amor como un sentimiento liviano y superficial, propia del Rococó.

El tema de las Cartas marruecas

Cadalso, desde la perspectiva crítica de un extranjero que estuviera de paso por España, reflexiona sobre el atraso cultural, la pobreza económica y el anquilosamiento social que encuentra en este país, apostando por el espíritu reformador de la Ilustración que se aprecia en el resto de Europa.

Estructura

La obra es un ensayo desarrollado bajo una estructura epistolar, siguiendo el modelo de las Cartas persas, de Montesquieu (1721).
Consta de noventa cartas, la mayoría de las cuales son enviadas por el joven Gazel a su maestro Ben Beley, recogiendo sus reflexiones sobre la España que va descubriendo. A estas se añaden las respuestas del maestro y las cartas que ambos se intercambian con Nuño, un cristiano amigo de Gazel.

Cartas marruecas. Cadalso

La intervención de estos tres interlocutores permite al autor, como veremos, la posibilidad de contrastar (y complementar) diferentes puntos de vista.

Hay que señalar, por último, que, a la ficción de la correspondencia que constituye el contenido de la obra, Cadalso añade el detalle de afirmar que el conjunto de las cartas ha llegado a sus manos casualmente, como un manuscrito, que él simplemente se limita a publicar.

Tres perspectivas en una

Suele decirse que los tres personajes que se intercambian las cartas encarnan tres diferentes modos de contemplar (y analizar) la realidad social y cultural de la España del siglo XVIII.

Esto es cierto, pero no es del todo exacto:

  • Gazel representa la visión del joven extranjero, perteneciente a una cultura muy diferente a la europea, la marroquí, y que por tanto contempla como una novedad, de forma objetiva, sin juicios patrióticos o antipatriotas preconcebidos, cuanto va conociendo de la forma de vida en España. Pero su mirada no es totalmente objetiva, pues no puede evitar la comparación de esta cultura, extrañamente artificiosa, con la sencillez de aquella de la que él proviene. Así, a menudo se percibe cierto tono de ironía, que raya el menosprecio, al tocar determinados aspectos del carácter español, especialmente aquellos más anquilosados. Se trata, obviamente, de la voz del propio Cadalso.
  • Nuño es un español, de mediana edad, honesto, que se guía sobre todo por el sentido común. Se muestra ideológicamente progresista, partidario de los avances, pero por desgracia escéptico con la capacidad de sus contemporáneos para hacer avanzar al país. Es, desde el punto de vista religioso, cristiano, pero también es contrario a las supersticiones y al inmovilismo en las tradiciones. A pesar de su aparente rechazo hacia la España del momento, en el fondo ama a su patria y le preocupa la situación en que se encuentra. Cuando mira el pasado y considera el proceso que la ha llevado al estado actual, no puede dejar de mostrarse un tanto pesimista. También el espíritu de Cadalso subyace en sus reflexiones.
  • Ben Beley es el maestro y guía espiritual de Gazel. Es un anciano respetable, que ha alcanzado el equilibrio personal y cuyas opiniones, de carácter sentencioso, se rigen más por criterios universales, que por valoraciones parciales. Con su visión generalizadora a partir de la descripción de la situación española que le hace Gazel, proyecta un rayo de esperanza sobre esta. Es, pues, también Cadalso quien, a través de la voz del sabio Ben Beley, manifiesta su confianza en la recuperación.

Suele decirse que es la postura de Nuño la que parece coincidir más con la de Cadalso. Sin embargo, estas tres perspectivas no se contraponen en la obra, sino que se complementan, configurando la auténtica visión del autor sobre la España del momento: contempla la realidad sin prejuicios falsamente patrióticos, sin apasionamiento, tomando distancia, y lo que ve le hace no ser muy optimista; sin embargo, en el fondo alberga la esperanza en la recuperación del país.

El género de las Cartas: ensayo en forma de epístola.

Los ilustrados se proponen llevar a cabo la instrucción de la ciudadanía, fundamentalmente a través de la literatura, y por tanto esta, según hemos indicado, ya no puede responder a los artificiosos criterios estéticos del Barroco; por el contrario, ha de regirse por los principios de claridad, precisión y utilidad, orientados a una finalidad didáctica, educativa. En este sentido, resulta sumamente adecuado el género ensayístico, ya que permite tratar temas políticos, históricos, filosóficos, etc. de una forma amena, fácilmente transmisible al público en general.

Cartas marruecas sigue el modelo de la obra de Montesquieu Cartas persas, en la que también se plantea, a través de una estructura epistolar ficticia, la reflexión crítica sobre la situación política, social, económica y cultural de la civilización occidental.

En el siglo XVIII, el género del ensayo responde a las siguientes convenciones:

  • Texto breve. No consiste en un análisis exhaustivo de un tema.
  • Escrito con fines divulgativos. No obstante, no es un tratado, sino que el autor proyecta su visión personal.
  • Trata temas muy variados, de interés para el público, desde una perspectiva crítica.
  • Son textos de lectura fácil y amena, pero en los que no faltan recursos literarios.
  • Se dirigen a un lector de nivel cultural medio.

Así, las Cartas marruecas se nos muestran como un conjunto de textos más o menos breves, en los que Cadalso, sin un orden concreto, trata distintos aspectos de la España del momento, desde una perspectiva personal, crítica, con el fin de hacer reflexionar al lector sobre la necesidad de reforma que tiene el país.

Un tono expositivo no demasiado riguroso, alternado con no pocos pasajes descriptivos y narrativos, confiere a la obra una amenidad que la hace fácil de leer y, lo que era más importante para la época, la convierte en un magnífico soporte ideológico, respondiendo al principio clásico de instruir deleitando.

La crítica constructiva

Las Cartas marruecas son, obviamente, mucho más que la correspondencia mantenida entre el joven marroquí Gazel, su maestro Ben Beley y el español Nuño. En ellas Cadalso trata de hacer una radiografía del problema de España: analizar la situación del país, considerar sus causas y apuntar posibles soluciones.

Compara, así, España con una casa grande, que en otro tiempo fue magnífica, pero que ahora se desmorona. Las causas de esta ruina son diversas:

  • Las largas y costosas guerras europeas, en las que España estuvo inmersa durante años.
  • La Guerra de Sucesión, que, a principios del siglo XVIII, produce una importante fractura interna en el país.
  • La emigración de parte de la población española al continente americano. En buena medida, se trataba de personas procedentes de las clases trabajadoras, con lo que España ve mermada su capacidad productiva.
  • Las clases nobles, llevadas de un trasnochado concepto de la honra, se resisten a desarrollar trabajos manuales.
  • Los avances en medicina, matemáticas y demás disciplinas científicas son mirados con menosprecio, como una intrusión en la cultura tradicional española del pensamiento moderno que recorre Europa.

Así, Cadalso, desde un profundo amor por la patria, lucha contra ese patriotismo mal entendido: hay que preservar lo que es útil de nuestras tradiciones, y rechazar aquello que nos impide avanzar. Esta postura hace que los elementos más conservadores de la sociedad le tachen de “afrancesado”, lo que en aquellos momentos equivalía a decir traidor. Esto hizo que la obra no fuera bien acogida entre sus contemporáneos. En cambio, tras su publicación, durante el siglo XIX, las Cartas marruecas fueron consideradas una honda reflexión sobre el problema de España, y su testigo fue recogido por los intelectuales de la Generación del 98 y, ya en el siglo XX, de la del 27.

El comentario definitivo de la Sátira segunda A Arnesto, de Jovellanos

Siguiendo el esquema de nuestro Comentario de textos definitivo, basado en seis pasos que permiten un análisis lo más completo y a la vez lo más sencillo posible, nos disponemos ahora a abordar el análisis de la Sátira segunda A Arnesto, de Jovellanos, como muestra de la dimensión fundamental de la corriente ilustrada del siglo XVIII: su faceta educativa, a través de la crítica moral y social.
La longitud de la composición hará que no podamos detenernos demasiado en el análisis de los recursos formales, por lo que prestaremos mayor atención al contenido. (Lo cual, en el fondo, responde a uno de los principales intereses de la Ilustración: crear obras literarias que, más que bellas, resulten útiles en virtud del mensaje transmitido). En el siguiente enlace podéis descargar la explicación del procedimiento: ANEXO. El comentario de textos definitivo

En este mismo blog podéis encontrar las siguientes entradas con comentarios de texto:

Pero antes de pasar al comentario…

Permíteme un consejo

Sátira segunda

A ARNESTO
(El Censor, 31 de mayo de 1797)
Perit omnis in illo nobilitas, cuius laus est in origine sola.
(LUCANO, Carm. ad Pisones)
[Perece toda nobleza en aquel que no puede alabarse más que de su estirpe.]
¿De qué sirve
la clase ilustre, una alta descendencia,
sin la virtud?
(versos 264-266)
¿Ves, Arnesto, aquel majo en siete varas
de pardomonte envuelto, con patillas
de tres pulgadas afeado el rostro,
magro, pálido y sucio, que al arrimo
de la esquina de enfrente nos acecha 5
con aire sesgo y baladí? Pues ése,
ése es un nono nieto del Rey Chico.
Si el breve chupetín, las anchas bragas
y el albornoz, no sin primor terciado,
no te lo han dicho; si los mil botones 10
de filigrana berberisca, que andan
por los confines del jubón perdidos,
no lo gritan, la faja, el guadijeño,
el arpa, la bandurria y la guitarra
lo cantarán. No hay duda: el tiempo mismo 15
lo testifica. Atiende a sus blasones:
sobre el portón de su palacio ostenta,
grabado en berroqueña, un ancho escudo
de medias lunas y turbantes lleno.
Nácenle al pie las bombas y las balas, 20
entre tambores, chuzos y banderas,
como en sombrío matorral los hongos.
El águila imperial con dos cabezas
se ve picando del morrión las plumas
allá en la cima, y de uno y otro lado, 25
a pesar de las puntas asomantes,
grifo y león rampantes le sostienen.
Ve aquí sus timbres; pero sigue, sube,
entra, y verás colgado en la antesala
el árbol gentilicio, ahumado y roto 30
en partes mil; empero, de sus ramas,
cual suele el fruto en la pomposa higuera,
sombreros penden, mitras y bastones.
En procesión aquí y allí caminan
en sendos cuadros los ilustres deudos, 35
por hábil brocha al vivo retratados.
¡Qué greguescos! ¡Qué caras! ¡Qué bigotes!
El polvo y telarañas son los gajes
de su vejez. ¿Qué más? Hasta los duros
sillones moscovitas y el chinesco 40
escritorio, con ámbar perfumado,
en otro tiempo de marfil y nácar
sobre ébano embutido, y hoy deshecho,
la ancianidad de su solar pregonan.
Tal es, tan rancia y tan sin par, su alcurnia, 45
que aunque embozado y en castaña el pelo,
nada les debe a Ponces ni Guzmanes.
No los aprecia, tiénese en más que ellos,
y vive así. Sus dedos y sus labios,
del humo del cigarro encallecidos, 50
índice son de su crianza. Nunca
pasó del B-A ba. Nunca sus viajes
más allá de Getafe se extendieron.
Fue antaño allá por ver unos novillos
junto con Pacotrigo y la Caramba. 55
Por señas, que volvió ya con estrellas,
beodo por demás, y durmió al raso.
Examínale. ¡Oh, idiota!, nada sabe.
Trópicos, era, geografía, historia
son para el pobre exóticos vocablos. 60
Dile que dende el hondo Pirineo
corre espumoso el Betis a sumirse
de Ontígola en el mar, o que cargadas
de almendra y gomas las inglesas quillas,
surgen en Puerto Lápichi, y se levan 65
llenas de estaño y de abadejo. ¡Oh!, todo,
todo lo creerá, por más que añadas
que fue en las Navas Witiza el santo
deshecho por los celtas, o que invicto
triunfó en Aljubarrota Mauregato. 70
¡Qué mucho, Arnesto, si del padre Astete
ni aun leyó el catecismo! Mas no creas
su memoria vacía. Oye, y diráte
de Cándido y Marchante la progenie;
quién de Romero o Costillares saca 75
la muleta mejor, y quién más limpio
hiere en la cruz al bruto jarameño.
Haráte de Guerrero y la Catuja
larga memoria, y de la malograda,
de la divina Lavenant, que ahora 80
anda en campos de luz paciendo estrellas,
la sal, el garabato, el aire, el chiste,
la fama y los ilustres contratiempos
recordará con lágrimas. Prosigue,
si esto no basta, y te dirá qué año, 85
qué ingenio, qué ocasión dio a los chorizos
eterno nombre, y cuántas cuchilladas,
dadas de día en día, tan pujantes
sobre el triste polaco los mantiene.
Ve aquí su ocupación; ésta es su ciencia. 90
No la debió ni al dómine, ni al tonto
de su ayo mosén Marc, sólo ajustado
para irle en pos cuando era señorito.
Debiósela a cocheros y lacayos,
dueñas, fregonas, truhanes y otros bichos 95
de su niñez perennes compañeros;
mas sobre todo a Pericuelo el paje,
mozo avieso, chorizo y pepillista
hasta morir, cuando le andaba en torno.
De él aprendió la jota, la guaracha, 100
el bolero, y en fin, música y baile.
Fuele también maestro algunos meses
el sota Andrés, chispero de la Huerta,
con quien, por orden de su padre, entonces
pasar solía tardes y mañanas 105
jugando entre las mulas. Ni dejaste
de darle tú santísimas lecciones,
oh, Paquita, después de aquel trabajo
de que el Refugio te sacó, y su madre
te ajustó por doncella. ¡Tanto puede 110
la gratitud en generosos pechos!
De ti aprendió a reírse de sus padres,
y a hacer al pedagogo la mamola,
a pellizcar, a andar al escondite,
tratar con cirujanos y con viejas, 115
beber, mentir, trampear, y en dos palabras,
de ti aprendió a ser hombre… y de provecho.
Si algo más sabe, débelo a la buena
de doña Ana, patrón de zurcidoras,
piadosa como Enone, y más chuchera 120
que la embaidora Celestina. ¡Oh, cuánto
de ella alcanzó! Del Rastro a Maravillas,
del alto de San Blas a las Bellocas,
no hay barrio, calle, casa ni zahúrda
a su padrón negado. ¡Cuántos nombres 125
y cuáles vido en su librete escritos!
Allí leyó el de Cándida, la invicta,
que nunca se rindió, la que una noche
venció de once cadetes los ataques,
uno en pos de otro, en singular batalla. 130
Allí el de aquella siete veces virgen,
más que por esto, insigne por sus robos,
pues que en un mes empobreció al indiano,
y chupó a un escocés tres mil guineas,
veinte acciones de banco y un navío. 135
Allí aprendió a temer el de Belica
la venenosa, en cuyos dulces brazos
más de un galán dio el último suspiro;
y allí también en torpe mescolanza
vio de mil bellas las ilustres cifras, 140
nobles, plebeyas, majas y señoras,
a las que vio nacer el Pirineo,
desde Junquera hasta do muere el Miño,
y a las que el Ebro y Turia dieron fama
y el Darro y Betis todos sus encantos; 145
a las de rancio y perdurable nombre,
ilustradas con turca y sombrerillo,
simón y paje, en cuyo abono sudan
bandas, veneras, gorras y bastones
y aun (chito, Arnesto) cuellos y cerquillos; 150
y en fin, a aquellas que en nocturnas zambras,
al son del cuerno congregadas, dieron
fama a la Unión que de una imbécil Temis
toleró el celo y castigó la envidia.
¡Ah, cuánto allí la cifra de tu nombre 155
brillaba, escrita en caracteres de oro,
oh, Cloe! Él solo deslumbrar pudiera
a nuestro jaque, apenas de las uñas
de su doncella libre. No adornaban
tu casa entonces, como hogaño, ricas 160
telas de Italia o de Cantón, ni lustres
venidos del Adriático, ni alfombras,
sofá, otomana o muebles peregrinos.
Ni la alegraban, de Bolonia al uso,
la simia, il pappagallo e la spinetta. 165
La salserilla, el sahumador, la esponja,
cinco sillas de enea, un pobre anafe,
un bufete, un velón y dos cortinas
eran todo tu ajuar, y hasta la cama,
do alzó después tu trono la fortuna, 175
¡quién lo diría!, entonces era humilde.
Púsote en zancos el hidalgo y diote
a dos por tres la escandalosa buena
que treinta años de afanes y de ayuno
costó a su padre. ¡Oh, cuánto tus jubones, 175
de perlas y oro recamados, cuánto
tus francachelas y tripudios dieron
en la cazuela, el Prado y los tendidos
de escándalo y envidia! Como el humo
todo pasó: duró lo que la hijuela. 180
¡Pobre galán! ¡Qué paga tan mezquina
se dio a tu amor! ¡Cuán presto le feriaron
al último doblón el postrer beso!
Viérasle, Arnesto, desolado, vieras
cuál iba humilde a mendigar la gracia 185
de su perjura, y cuál correspondía
la infiel con carcajadas a su lloro.
No hay medio; le plantó; quedó por puertas…
¿Qué hará? ¿Su alivio buscará en el juego?
¡Bravo! Allí olvida su pesar. Prestóle 190
un amigo… ¡Qué amigo! Ya otra nueva
esperanza le anima. ¡Ah! salió vana…
Marró la cuarta sota. Adiós, bolsillo…
Toma un censo… Adelante; mas perdióle
al primer trascartón, y quedó asperges. 195
No hay ya amor ni amistad. En tan gran cuita
se halla ¡oh, Zulem Zegrí! tu nono nieto.
¿Será más digno, Arnesto, de tu gracia
un alfeñique perfumado y lindo,
de noble traje y ruines pensamientos? 200
Admiran su solar el alto Auseva,
Limia, Pamplona o la feroz Cantabria,
mas se educó en Sorez, París y Roma.
Nueva fe le infundieron, vicios nuevos
le inocularon; cátale perdido, 205
no es ya el mismo, ¡Oh, cuál otro el Bidasoa
tornó a pasar! ¡Cuál habla por los codos!
¿Quién calará su atroz galimatías?
Ni Du Marsais ni Aldrete le entendieran.
Mira cuál corre, en polisón vestido, 210
por las mañanas de un burdel en otro,
y entre alcahuetas y rufianes bulle.
No importa, viaja incógnito, con palo,
sin insignias y en frac. Nadie le mira.
Vuelve, se adoba, sale y huele a almizcle 215
desde una milla… ¡Oh, cómo el sol chispea
en el charol del coche ultramarino!
¡Cuál brillan los tirantes carmesíes
sobre la negra crin de los frisones!…
Visita, come en noble compañía; 220
al Prado, a la luneta, a la tertulia
y al garito después. ¡Qué linda vida,
digna de un noble! ¿Quieres su compendio?
Puteó, jugó, perdió salud y bienes,
y sin tocar a los cuarenta abriles 225
la mano del placer le hundió en la huesa.
¡Cuántos, Arnesto, así! Si alguno escapa,
la vejez se anticipa, le sorprende,
y en cínica e infame soltería,
solo, aburrido y lleno de amarguras, 230
la muerte invoca, sorda a su plegaria.
Si antes al ara de himeneo acoge
su delincuente corazón, y el resto
de sus amargos días le consagra,
¡triste de aquella que a su yugo uncida 235
víctima cae! Los primeros meses
la lleva en triunfo acá y allá, la mima,
la galantea… Palco, galas, dijes,
coche a la inglesa… ¡Míseros recursos!
El buen tiempo pasó. Del vicio infame 240
corre en sus venas la cruel ponzoña.
Tímido, exhausto, sin vigor… ¡Oh, rabia!
El tálamo es su potro… Mira, Arnesto,
cuál desde Gades a Brigancia el vicio
ha inficionado el germen de la vida, 245
y cuál su virulencia va enervando
la actual generación. ¡Apenas de hombres
la forma existe…! ¿Adónde está el forzudo
brazo de Villandrando? ¿Dó de Argüello
o de Paredes los robustos hombros? 250
El pesado morrión, la penachuda
y alta cimera, ¿acaso se forjaron
para cráneos raquíticos? ¿Quién puede
sobre la cuera y la enmallada cota
vestir ya el duro y centellante peto? 255
¿Quién enristrar la ponderosa lanza?
¿Quién?… Vuelve ¡oh, fiero berberisco!, vuelve
y otra vez corre desde Calpe al Deva,
que ya Pelayos no hallarás, ni Alfonsos
que te resistan; débiles pigmeos 260
te esperan. De tu corva cimitarra
al solo amago caerán rendidos…
¿Y es éste un noble, Arnesto? ¿Aquí se cifran
los timbres y blasones? ¿De qué sirve
la clase ilustre, una alta descendencia, 265
sin la virtud? Los nombres venerandos
de Laras, Tellos, Haros y Girones,
¿qué se hicieron? ¿Qué genio ha deslucido
la fama de sus triunfos? ¿Son sus nietos
a quienes fía su defensa el trono? 270
¿Es ésta la nobleza de Castilla?
¿Es éste el brazo, un día tan temido,
en quien libraba el castellano pueblo
su libertad? ¡Oh, vilipendio! ¡Oh, siglo!
Faltó el apoyo de las leyes. Todo 275
se precipita: el más humilde cieno
fermenta, y brota espíritus altivos,
que hasta los tronos del Olimpo se alzan.
¿Qué importa? Venga denodada, venga
la humilde plebe en irrupción y usurpe 280
lustre, nobleza, títulos y honores.
Sea todo infame behetría: no haya
clases ni estados. Si la virtud sola
les puede ser antemural y escudo,
todo sin ella acabe y se confunda. 285

1.- Localización del texto
El texto propuesto es un poema de Gaspar Melchor de Jovellanos, poeta perteneciente al Neoclasicismo, corriente estética de la segunda mitad del siglo XVIII.

La Ilustración
A lo largo del siglo XVIII se produce una ruptura con la forma que tenían de entender la vida, y por tanto el arte, los hombres del Barroco.
Este período, que ha recibido el nombre de «Ilustración», se caracteriza por una supremacía de la razón y el pensamiento crítico, basados en la experiencia y apoyados en la ciencia, frente a cualquier interpretación ideal o religiosa de la vida.
En este siglo (también denominado “Siglo de las Luces”), la felicidad no se concibe, por tanto, como algo que se ha de alcanzar más allá de la muerte, sino como algo concreto, a lo que se aspira cada día, en este mundo, y que puede lograrse a través del conocimiento, la cultura, el progreso…
La España de finales del siglo XVII era un país empobrecido, heredero de la crisis económica y espiritual en que había terminado degenerando el agotado esplendor del Barroco. Las clases trabajadoras vivían en la miseria, carentes de derechos y, lo que es peor, sumidos en la ignorancia. En contraste, la nobleza y el clero gozaban de amplios privilegios económicos y sociales.
Al ascender al trono, Felipe V fortalece la autoridad de la monarquía y va reduciendo progresivamente los privilegios de la aristocracia y de la iglesia.
Desde el poder, se promueve la educación del pueblo. Para ello se publican libros, se traducen obras extranjeras, se conceden becas, se fomentan los viajes de estudios, se imprimen periódicos, se crean Academias (como la de la Lengua o la de Historia)… todo ello al servicio del ideario ilustrado oficial, cuyo fin no es otro que el de instruir a las clases populares y generar progreso económico y social.

Por su parte, los ilustrados consideran que una literatura que no se entiende carece de sentido y sobre todo de utilidad, y proponen una vuelta a la claridad, a la sencillez, de manera que cualquier composición literaria pueda ser transmisora de contenidos y, en definitiva, contribuya a la formación cultural de quien la lee.
En el plano artístico, se produce una reinterpretación del clasicismo: no se trata ya de una recuperación de sus principios estéticos (como ocurría en el Renacimiento), sino de una nueva visión de los mismos, y de ahí la denominación de Neoclasicismo.
En general, frente a la exageración y la complicación barrocas, ahora se busca la moderación y la simplicidad; frente al retorcimiento, la armonía; frente al pesimismo, el optimismo, la alegría, la diversión; frente al lenguaje complejo y artificioso, la claridad expresiva…
Se distinguen tres etapas en la literatura española del siglo XVIII:
Antibarroquismo: durante la primera mitad del siglo, se produce una reacción contra los postulados estéticos del Barroco.
Neoclasicismo: durante la segunda mitad del siglo, siguiendo los dictados de Ignacio Luzán en su Poética, y sin apartarse mucho de la línea antibarroquista, triunfa la corriente neoclásica, basada en una actualización de temas y estilos heredados de la antigüedad griega y latina. Tiene dos vertientes: una profunda, marcada por su búsqueda de la utilidad y su finalidad didáctica, y otra más ligera, conocida como Rococó, en la que predominan los temas pastoriles y la exaltación del placer y el amor galante. Las estrofas más habituales son las odas, las epístolas, las elegías y los romances.
Prerromanticismo: a caballo entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, comienza a apuntar cierta tendencia hacia la expresión espontánea de los sentimientos y las emociones íntimas, como una reacción frente a la tiranía de la razón, que imponía la Ilustración, y frente a la concepción del amor como un sentimiento liviano y superficial, propia del Rococó.
Gaspar Melchor de Jovellanos

Jovellanos nace en Gijón, en 1744.
Cursa estudios eclesiásticos en Ávila y en el Burgo de Osma, y se licencia en Cánones por la Universidad de Alcalá.

Jovellanos
Sin embargo, renuncia a la carrera eclesiástica y opta por dedicarse al servicio de la Administración. Se instala en Sevilla, donde ejerce como magistrado de la Real Audiencia, alcalde del crimen y oidor, y participa en la fundación de la Sociedad Patriótica Sevillana.
Compatibiliza esta actividad administrativa con sus primeros pasos en el mundo de la creación literaria: a esta época pertenecen
la tragedia Pelayo (1769) y el drama El delincuente honrado (1773). Ocultó su nombre bajo el seudónimo de Jovino, quizá por considerar que su actividad literaria era poco digna de sus cargos públicos.
Pero si algo marca su estancia en Sevilla es su amistad con Pablo de Olavide, fervoroso seguidor de las corrientes de pensamiento francesas, bajo cuya influencia lee Jovellanos a autores como Montesquieu, Voltaire o Rousseau
En 1778, gracias a la influencia del duque de Alba, a quien también había tratado en Sevilla, se traslada a Madrid.
En los años siguientes participa muy activamente en la vida pública: es nombrado Alcalde de Casa y Corte, ingresa en la Sociedad Económica Madrileña, en la Academia de la Historia, en la Academia Española, en la Sociedad Económica de Asturias, en el Consejo de las Órdenes Militares… Y sigue compatibilizando la redacción de informes y memoriales (como el Informe sobre la Ley Agraria, en la que aboga por la liberalización del suelo y por la educación para reformar y modernizar el campo español) con su actividad literaria: a este período pertenecen su Elogio de las Bellas Artes (1781), las dos sátiras A Arnesto (que aparecen en El Censor, en 1786 y 1787), el Elogio de Carlos III (1788) y la Epístola del Paular.
Pero al morir Carlos III, los recientes acontecimientos ocurridos durante la Revolución Francesa hacen recelar en España de los intelectuales ilustrados, que defendían el ideario francés, y el todopoderoso Godoy ejerce una represión férrea contra ellos. Jovellanos es entonces enviado a Asturias, aparentemente comisionado por el Ministerio de la Marina, pero en realidad obedeciendo a una decisión de sus enemigos de alejarle de la Corte.
En 1790 se establece en Gijón, desde donde continúa elaborando informes sobre la situación española: los espectáculos, la minería, las vías de comunicación, etc.
Cabarrús intercede por él ante Godoy, poniendo de relieve su gran capacidad y su inquebrantable voluntad de servicio público, y, en 1797, es nombrado Ministro de Gracia y Justicia. Pero las intrigas en la Corte continúan, y los ilustrados son acusados de enemigos de la patria. A consecuencia de ello, un año después, Jovellanos cesa en el cargo.
Regresa a Asturias, donde no deja de trabajar, en esta ocasión promoviendo el estudio de la lengua asturiana. Pero eso no aplaca la persecución por parte de sus detractores, y así, en 1801, es detenido y encerrado en la prisión del castillo de Bellver, en Mallorca.
En 1808, tras el motín de Aranjuez, es puesto en libertad por los mismos que le habían encarcelado. Ahora, su figura representaba la libertad frente a la tiranía, y sus amigos abrazaban la causa napoleónica de José I como única solución posible para mejorar la situación nacional. Pero él se resiste a aceptar al invasor y, durante la guerra, se integra en la Junta Central, como moderador entre conservadores y revolucionarios.
Restaurada la Regencia en 1810, decide volver a Asturias, pero los franceses están todavía allí, y se instala provisionalmente en Galicia.
Muere en 1811.

Para profundizar en el pensamiento político de la Ilustración, recomiendo ver el siguiente vídeo:

2.- Determinación del tema
El poema Sátira segunda A Arnesto aparece subtitulado como “Sátira sobre la mala educación de la nobleza”, y ese es precisamente su tema, ya que presenta la nula formación cultural y moral que reciben los jóvenes de clase aristocrática, y las perniciosas influencias que se les consienten, en la creencia de que tener unos antepasados nobles es suficiente para poder presumir de virtuoso.

3.-Distribución de su estructura y resumen de su argumento.
El poema constituye una larga tirada de 285 versos, sin división formal aparente.
Sin embargo, su contenido sí podría distribuirse en las siguientes cuatro partes:
Versos 1-48. Presentación del personaje en quien se encarna la sátira:
– Es un joven achulapado, que viste de forma desaliñada, a la moda de los majos, pero que, aunque su aspecto no lo revela, desciende de familia noble.
– Su palacio refleja la grandeza de sus antepasados: el escudo de armas, en la fachada, representa la participación en antiguas guerras; en el interior, la galería de retratos de la familia recoge a ilustres personajes de la nobleza y del clero. Pero en él todo está viejo, ajado por el tiempo.
– Él menosprecia esa rancia estirpe familiar y prefiere otro estilo de vida.
Versos 49-154. En qué consistió su educación:
– No ha leído, no ha viajado, no conoce la historia, la religión, la geografía ni la economía de su propio país.
– Su cultura no llega más allá de los toros (Romero, Costillares…) y el teatro cómico (Lavenant, chorizos, polacos…).
– En la casa paterna, no le educaron ni el ayo ni el dómine, sino los lacayos y las fregonas; pero especialmente Pericuelo, el paje (que le enseñó a bailar), y Paquita, la doncella (que hizo de él “un hombre”).
– Fuera de casa, fue su guía la alcahueta doña Ana, quien le introdujo en el ambiente de los prostíbulos.
Versos 155-226. Forma de vida licenciosa:
– Allí conoce a Cloe, y gasta en ella todo su dinero: le amuebla la casa, le compra vestidos y joyas. Pero el amor dura lo que dura el dinero, y ella le planta.
– Se refugia entonces en los amigos y el juego. Pero también en esta actividad pierde el dinero… y tras él los amigos.
– Viaja por Europa (Sorez, París y Roma). Pero allí no aprende sino vicios nuevos: lleva una intensa vida social (el Prado, visitas, tertulias…), digna de un noble a la moda, dilapidando su patrimonio. Y sin llegar a cumplir los cuarenta, muere.
Versos 227-285. Reflexión:
– Generaliza este comportamiento: hay muchos jóvenes así, y tanto los que permanecen solteros como los que se casan, son desgraciados.
– El vicio se ha extendido por todas partes. ¿Dónde está la antigua nobleza? No sirve de nada tener unos antepasados ilustres, si uno mismo no demuestra virtud.
– El ascenso al poder de las clases populares, de la mano de la revolución, pondrá fin a esta decadencia moral.

4.- Comentario de la forma y el estilo.
Se trata, como ya ha quedado indicado, de una larga tirada uniforme, de 285 versos endecasílabos libres. Estos, aunque no se encuentran sujetos a rima entre ellos, sí responden al ritmo acentual clásico: acentos fuertes en las sílabas sexta y décima, o bien en las sílabas cuarta, octava y décima.

Para hallar una regularidad en el cómputo silábico, es necesario acudir a distintos recursos métricos, como la sinalefa, el hiato, la sinéresis o la diéresis. Veamos algunos ejemplos:

  • Sinalefa. Unión en una sola sílaba de dos vocales separadas, la última de una palabra y la primera de la siguiente.

Pueden ser vocales iguales:

de la esquina de_enfrente nos acecha (v. 5)

O dos vocales que formarían diptongo:
por las mañanas de_un burdel en otro (v. 211)

También dos vocales fuertes:

uno_en pos de_otro,_en singular batalla (v. 130)

Incluso separadas por signos de puntuación:
lo cantarán. No hay duda:_el tiempo mismo (v. 15)

La conjunción copulativa «y» también puede formar sinalefa:
el arpa, la bandurria_y la guitarra (v. 14)

  • Hiato. Articulación en dos sílabas diferentes de dos vocales que, normalmente, formarían sinalefa. En este caso «su ayo» se articulan separadas.

de su ayo mosén Marc, sólo ajustado (v. 92)

  • Sinéresis. Articulación en una sola sílaba de dos vocales que, normalmente, no forman diptongo. En este caso, la -h- intercalada de «ahumado» no separa las vocales «a» y «u», que se pronuncian en un solo golpe de voz, junto con el diptongo «-io» final de «gentilicio» (esto último por la sinalefa).

el árbol gentilicio, ahumado y roto (v. 30)

En el siguiente ejemplo, «sea» se articula en una sola sílaba.
Sea todo_infame behetría: no_haya (v. 282)

ANEXO. Métrica fácil

Podemos encontrar varias figuras retóricas, tales como:

  • Apóstrofe. Invocación con que el autor se dirige a una persona, divinidad, fuerza natural…

La sátira se titula A Arnesto, y a él se dirige el autor por su nombre, para reclamar su atención sobre algo que va a decir. Por ejemplo:
Ves, Arnesto, aquel majo (v. 1)
¡Qué mucho, Arnesto, si del padre Astete
ni aun leyó el catecismo! (vv. 71-72)
Viérasle, Arnesto, desolado, vieras
cuál iba humilde a mendigar la gracia (v. 184-185)
¡Cuántos, Arnesto, así! (v. 227)
¿Y es éste un noble, Arnesto? (v. 263)
Pero también invoca el autor a algunas de las personas que han formado parte de la vida del joven:
Ni dejaste
de darle tú santísimas lecciones,
oh, Paquita (vv. 106-108)
¡Ah, cuánto allí la cifra de tu nombre
brillaba, escrita en caracteres de oro,
oh, Cloe! (vv. 155-157)
E incluso al pueblo musulmán que invadió la Península:
Vuelve ¡oh, fiero berberisco! (v. 257)

  • Hipérbaton. Alteración del orden lógico-sintáctico de las palabras de una oración:

aquel majo en siete varas
de pardomonte envuelto (vv. 1-2)
[aquel majo envuelto en siete varas de pardomonte]
con patillas
de tres pulgadas afeado el rostro (vv. 2-3)
[el rostro afeado con patillas de tres pulgadas]
un ancho escudo
de medias lunas y turbantes lleno (vv. 18-19)
[un escudo ancho lleno de medias lunas y turbantes]
roto
en partes mil (vv. 30-31)
[roto en mil partes]
sombreros penden, mitras y bastones. (v. 33)
[penden sombreros, mitras y bastones]
En procesión aquí y allí caminan
en sendos cuadros los ilustres deudos,
por hábil brocha al vivo retratados. (vv. 34-36)
[Los ilustres deudos, retratados al vivo por hábil brocha, caminan en procesión aquí y allí en sendos cuadros.]
corre espumoso el Betis a sumirse
de Ontígola en el mar (vv. 62-63)
[El Betis corre espumoso a sumirse en el mar de Ontígola.]
Haráte de Guerrero y la Catuja
larga memoria, y de la malograda,
de la divina Lavenant, que ahora
anda en campos de luz paciendo estrellas,
la sal, el garabato, el aire, el chiste,
la fama y los ilustres contratiempos
recordará con lágrimas. (vv. 78-84)
[Haráte larga memoria de Guerrero y la Catuja, y recordará con lágrimas la sal, el garabato, el aire, el chiste, la fama y los ilustres contratiempos de la malograda, de la divina Lavenant, que ahora anda en campos de luz paciendo estrellas.]
¡Oh, cuánto tus jubones,
de perlas y oro recamados, cuánto
tus francachelas y tripudios dieron
en la cazuela, el Prado y los tendidos
de escándalo y envidia! (vv. 175-179)
[¡Oh, cuánto de escándalo y envidia dieron tus jubones, recamados de perlas y oro, cuánto tus francachelas y tripudios, en la cazuela, el Pardo y los tendidos.]
De tu corva cimitarra
al solo amago caerán rendidos… (vv. 261-262)
[Caerán rendidos al solo amago de tu corva cimitarra.]

  • Encabalgamiento. Separación brusca de los elementos de un sintagma en dos versos diferentes:

El polvo y telarañas son los gajes
de su vejez. (vv. 38-39)
cargadas
de almendra y gomas las inglesas quillas (vv. 63-64)
Nunca
pasó del B-A ba (vv. 51-52)
el árbol gentilicio, ahumado y roto
en partes mil (vv.31)
Hasta los duros
sillones moscovitas y el chinesco
escritorio (vv. 39-40 y 40-41)
ni al tonto
de su ayo mosén Marc (vv. 91-92)
Si algo más sabe, débelo a la buena
de doña Ana (vv. 118-119)
ricas
telas de Italia o de Cantón, ni lustres
venidos del Adriático (vv. 160-161 y 161-162)
Ya otra nueva
esperanza le anima (vv. 191-192)
¿Adónde está el forzudo
brazo de Villandrando? (vv. 248-249)

  • Anáfora. Serie de versos que comienzan con la misma palabra:

¡Cuántos nombres
y cuáles vido en su librete escritos!
Allí leyó el de Cándida, (…)
Allí el de aquella siete veces virgen (…)
Allí aprendió a temer el de Belica (…)
y allí también en torpe mescolanza
vio de mil bellas las ilustres cifras (vv. 125-140)

  • Estructuras paralelas.

¡Qué greguescos! ¡Qué caras! ¡Qué bigotes! (v. 37)
Nueva fe le infundieron, vicios nuevos
le inocularon (vv. 204-205)
¿Es ésta la nobleza de Castilla?
¿Es éste el brazo, un día tan temido (vv. 271-272)

  • Estructura simétrica.

el más humilde cieno
fermenta, y brota espíritus altivos (vv. 276-277)
[Aparecen dispuestos simétricamente: humilde/altivos, cieno/espíritus, fermenta/brota]

  • Metonimia.

verás colgado en la antesala
el árbol gentilicio, ahumado y roto
en partes mil; empero, de sus ramas,
cual suele el fruto en la pomposa higuera,
sombreros penden, mitras y bastones. (vv. 29-33)
[Se menciona la parte por el todo: signo representativo de un cargo, por la persona que lo ostenta: sombreros de señor, mitras de obispo y bastones de mando.]

  • Imagen.

Púsote en zancos el hidalgo (v. 177)
[Alude a la elevada posición económica y social en que el joven colocó a su amante.]

  • Epíteto. Adjetivos que no aportan carga semántica al sustantivo al que acompañan:

breve chupetín (v. 8)
la cuera y la enmallada cota (v. 254)
el duro y centellante peto (v. 255)
débiles pigmeos (v. 260)
corva cimitarra (v. 261)

  • Hipérbole. Exageración:

roto
en partes mil (vv. 30-31)
y allí también en torpe mescolanza
vio de mil bellas las ilustres cifras,
nobles, plebeyas, majas y señoras (vv. 139-141)
los mil botones
de filigrana berberisca, que andan
por los confines del jubón perdidos (vv. 10-12)

  • Perífrasis.

hiere en la cruz al bruto jarameño (v. 77)
[Se refiere a la casta de toros bravos del Jarama.]

  • Interrogación retórica:

¿Ves, Arnesto, aquel majo en siete varas
de pardomonte envuelto, con patillas
de tres pulgadas afeado el rostro,
magro, pálido y sucio, que al arrimo
de la esquina de enfrente nos acecha
con aire sesgo y baladí? (vv. 1-6)
¿Qué hará? ¿Su alivio buscará en el juego? (v. 189)
¿Será más digno, Arnesto, de tu gracia
un alfeñique perfumado y lindo,
de noble traje y ruines pensamientos? (vv. 198-200)
¿Quién puede
sobre la cuera y la enmallada cota
vestir ya el duro y centellante peto?
¿Quién enristrar la ponderosa lanza?
¿Quién?… (vv. 253-257)
¿Y es éste un noble, Arnesto? ¿Aquí se cifran
los timbres y blasones? ¿De qué sirve
la clase ilustre, una alta descendencia,
sin la virtud? (vv. 263-266)
Los nombres venerandos
de Laras, Tellos, Haros y Girones,
¿qué se hicieron? ¿Qué genio ha deslucido
la fama de sus triunfos? ¿Son sus nietos
a quienes fía su defensa el trono?
¿Es ésta la nobleza de Castilla?
¿Es éste el brazo, un día tan temido,
en quien libraba el castellano pueblo
su libertad? (vv. 266-274)

  • Aliteración.

veinte acciones de banco y un navío (v. 135)
[Repetición de fonemas /n/ y /b/]
al Prado, a la luneta, a la tertulia
y al garito después. ¡Qué linda vida,
digna de un noble! (vv. 221-223)
[Repetición de fonemas dentales /d/ y /t/]
cuál desde Gades a Brigancia el vicio
ha inficionado el germen de la vida,
y cuál su virulencia va enervando (vv. 244-246)
[Repetición de fonema /b/]

ANEXO. Recursos retóricos de la lengua cotidiana

Desde el punto de vista sintáctico-estilístico, en el texto se aprecia un predominio de oraciones compuestas, lo que hace que su comprensión no resulte del todo fácil. Cabe citar, a modo de ejemplo:
y allí también en torpe mescolanza
vio de mil bellas las ilustres cifras,
nobles, plebeyas, majas y señoras,
a las que vio nacer el Pirineo,
desde Junquera hasta do muere el Miño,
y a las que el Ebro y Turia dieron fama
y el Darro y Betis todos sus encantos;
a las de rancio y perdurable nombre,
ilustradas con turca y sombrerillo,
simón y paje, en cuyo abono sudan
bandas, veneras, gorras y bastones
y aun (chito, Arnesto) cuellos y cerquillos;
y en fin, a aquellas que en nocturnas zambras,
al son del cuerno congregadas, dieron
fama a la Unión que de una imbécil Temis
toleró el celo y castigó la envidia. (vv. 139-154)
La composición incluye pasajes descriptivos, narrativos y reflexivos, y en cada uno de ellos puede predominar una categoría gramatical distinta.
Por ejemplo, la descripción del joven, en los versos 1-15, aparece cuajada de sustantivos, adjetivos y deícticos («ves», «aquel», «ese», «ve aquí», «allí»):
¿Ves, Arnesto, aquel majo en siete varas
de pardomonte envuelto, con patillas
de tres pulgadas afeado el rostro,
magro, pálido y sucio, que al arrimo
de la esquina de enfrente nos acecha
con aire sesgo y baladí? Pues ése,
ése es un nono nieto del Rey Chico.
Si el breve chupetín, las anchas bragas
y el albornoz, no sin primor terciado,
no te lo han dicho; si los mil botones
de filigrana berberisca, que andan
por los confines del jubón perdidos,
no lo gritan, la faja, el guadijeño,
el arpa, la bandurria y la guitarra
lo cantarán.
Los versos 102-117 narran la primera educación del joven, y encontramos en ellos una buena cantidad de verbos, referidos a las habilidades aprendidas:
Fuele también maestro algunos meses
el sota Andrés, chispero de la Huerta,
con quien, por orden de su padre, entonces
pasar solía tardes y mañanas
jugando entre las mulas. Ni dejaste
de darle tú santísimas lecciones,
oh, Paquita, después de aquel trabajo
de que el Refugio te sacó, y su madre
te ajustó por doncella. ¡Tanto puede
la gratitud en generosos pechos!
De ti aprendió a reírse de sus padres,
y a hacer al pedagogo la mamola,
a pellizcar, a andar al escondite,
tratar con cirujanos y con viejas,
beber, mentir, trampear, y en dos palabras,
de ti aprendió a ser hombre… y de provecho.
Los últimos versos del poema constituyen una reflexión sobre la falta de virtud que hay en los nobles. Así, encontramos abundantes sustantivos abstractos:
¿Y es éste un noble, Arnesto? ¿Aquí se cifran
los timbres y blasones? ¿De qué sirve
la clase ilustre, una alta descendencia,
sin la virtud? Los nombres venerandos
de Laras, Tellos, Haros y Girones,
¿qué se hicieron? ¿Qué genio ha deslucido
la fama de sus triunfos? ¿Son sus nietos
a quienes fía su defensa el trono?
¿Es ésta la nobleza de Castilla?
¿Es éste el brazo, un día tan temido,
en quien libraba el castellano pueblo
su libertad? ¡Oh, vilipendio! ¡Oh, siglo!
Faltó el apoyo de las leyes. Todo
se precipita: el más humilde cieno
fermenta, y brota espíritus altivos,
que hasta los tronos del Olimpo se alzan.
¿Qué importa? Venga denodada, venga
la humilde plebe en irrupción y usurpe
lustre, nobleza, títulos y honores.
Sea todo infame behetría: no haya
clases ni estados. Si la virtud sola
les puede ser antemural y escudo,
todo sin ella acabe y se confunda.
En resumen, puede decirse que el autor utiliza un estilo culto, pero con un lenguaje claro y comprensible. Si acaso la dificultad en la comprensión podría venir de la mano del contenido: las referencias, las alusiones no claras…
Pero ese es un aspecto que intentaremos desentrañar a continuación.

5.-Comentario del contenido.
La Sátira segunda A Arnesto aparece publicada en El Censor, en 1787, y lleva el subtítulo de “Sobre la mala educación de la nobleza”.
Se abre con una cita de Lucano, “Perit omnis in illo nobilitas, cuius laus est in origine sola” (Perece toda nobleza en aquel que no puede alabarse más que de su estirpe), y con unos versos procedentes del propio poema, que constituyen un extracto de la esencia de este:
¿De qué sirve
la clase ilustre, una alta descendencia,
sin la virtud?
(vv. 264-266)
El autor nos presenta a un prototipo del noble de su época. Se trata de un joven producto de una mala educación, una educación consentidora, sin valores, cuyo resultado es un individuo caprichoso, que menosprecia la herencia, tanto económica como moral, de sus antepasados, y, con sus dispendios y con su conducta inmoral, la aniquila.

Majo

Al comienzo de la sátira, lo vemos como un majo, cuyo aspecto responde a la estética de la clases populares: patillas grandes, chupa estrecha, pantalón ancho, capa de paño, faja y cuchillo a la cintura. A pesar de su apariencia, se trata de un descendiente de una familia noble: en la fachada de su casa, luce un escudo de armas en el que se ponen de manifiesto sus vínculos de sangre con la monarquía (“el águila imperial con dos cabezas” -v. 23-) y la gloria alcanzada por sus antepasados en guerras que se remontan a la Reconquista; la galería de retratos de la familia incluye a personajes del ámbito político, eclesiástico y militar (“sombreros penden, mitras y bastones” -v. 33-); y por último, los muebles, aunque deteriorados por el tiempo, también dan idea del lujo que conoció esa casa señorial. Sin embargo, él reniega de su pasado familiar (“no los aprecia, tiénese en más que ellos, / y vive así” -vv. 48-49-).
El motivo de este desvarío no es otro que la educación recibida. No ha viajado, ni conoce la historia, la geografía ni la economía de su propio país: no sabría, por ejemplo, que el mar de Ontígola está cerca de Aranjuez, ni que desde Puerto Lápice no pueden salir barcos porque está en la Mancha, ni que Witiza no fue un santo derrotado por los celtas en la batalla de las Navas. De lo único que sabe es de toreros (“quién de Romero o Costillares saca / la muleta mejor” -vv. 75-76-), de tonadilleras como Catalina Pacheco (la «Catuja») o María Lavenant (vv. 78-80) y de teatro, pero en este caso sólo de los enfrentamientos entre “chorizos” y “polacos” (público que frecuentaba los teatros del Príncipe y de la Cruz, respectivamente).
Unos padres quizá demasiado complacientes dejaron su formación en manos de ayos y pedagogos. Pero el niño encontraba mucha más diversión junto a los criados:
Debiósela a cocheros y lacayos,
dueñas, fregonas, truhanes y otros bichos
de su niñez perennes compañeros;
mas sobre todo a Pericuelo el paje,
mozo avieso, chorizo y pepillista” (vv. 94-98).
De este último le viene la afición a las disputas teatrales (“chorizo”) y a la tauromaquia (“pepillista”, seguidor del torero Pepe Hillo).
Además, debe otra faceta de su educación a la doncella Paquita: con ella no sólo aprende a reírse de sus padres y maestros, sino también tiene sus primeros escarceos sexuales (“aprendió a ser hombre… y de provecho” -v. 117-).
Y el resto de su formación se la debe a la alcahueta doña Ana, quien le relaciona con mujeres de mundo, damas de compañía, “nobles, plebeyas, majas y señoras” (v. 141), que venden sus favores a todo tipo de personajes de alto rango social: políticos, militares y hasta eclesiásticos (“bandas, veneras, gorras y bastones / y aun (chito, Arnesto) cuellos y cerquillos” -v. 150-).
De manos de esta celestina conoce a Cloe, en quien el joven gasta toda su fortuna: engalana la humilde casa de la dama con los muebles y las telas más exclusivos del momento, entre otras extravagancias a la moda, tales como “la simia, il pappagallo e la spinetta” (v. 165); le hace carísimos regalos personales, como los “jubones de perlas y oro recamados” (vv. 175-176), y le organiza escandalosas fiestas (“francachelas y tripudios” -v. 177-), que son comentadas en el teatro, el Paseo del Prado y los toros (“en la cazuela, el Prado y los tendidos” -v. 178-), principales ámbitos de la sociedad elegante.
Pero, agotados los recursos económicos que el joven había heredado, el amor de Cloe se apaga: “duró lo que la hijuela” (verso 180), “¡Cuán presto le feriaron / al último doblón el postrer beso!” (vv. 182-183).
Intenta olvidar el dolor de este abandono refugiándose en los amigos y en el juego. Uno de ellos le deja dinero, pero lo pierde. Pide entonces un préstamo, mas lo pierde también… y finalmente se queda sin amor, sin amigos y sin dinero (“quedó asperges” -v. 195-).
Opta entonces por viajar. Pasa por la academia militar de Sorez, y por las ciudades más cosmopolitas del momento: París y Roma. Pero en el extranjero no recibe la educación que le faltó en la infancia, sino que adquiere los hábitos y modales de un alfeñique a la moda: “Nueva fe le infundieron, vicios nuevos / le inocularon” (vv. 204-205)… Y cuando regresa a su Cantabria natal, “no es ya el mismo” (v. 206). Vive frenéticamente, de una comida en alguna casa noble a un burdel, del Prado al teatro y de aquí a la tertulia, para acabar en un garito (“¡Qué linda vida, / digna de un noble!” -v. 222-223-).
Y de este modo, sin llegar a cumplir los cuarenta, se agota su vida. Esta se resume en pocas palabras: “¿Quieres su compendio? / Puteó, jugó, perdió salud y bienes” (vv. 223-224).
Según nos dice el autor, el caso de este joven no es una excepción, sino que constituye un ejemplo del modo de vida de muchos jóvenes nobles y burgueses de su época, producto de una educación equivocada. El vicio corre por las venas de toda una generación. Ya no hay hombres valerosos, como el guerrero castellano Rodrigo de Villandrando, como el caballero de la Orden de Calatrava Íñigo de Argüello, o como el militar García de Paredes, todos ellos destacados varones del período renacentista. Si los musulmanes volvieran a invadir la Península, no encontrarían ya la resistencia que encontraron en personajes de la talla de don Pelayo o el rey Alfonso.
La auténtica nobleza no reside en tener unos antepasados ilustres: la nobleza de sangre, o familiar, no significa nada, si no está apoyada en un comportamiento virtuoso. Los apellidos como Lara, Tello, Haro y Girón, pertenecientes a rancias dinastías castellanas y que encontramos en gloriosos episodios de nuestra historia, han perdido ya su lustre por culpa de los actuales descendientes.
Pero de entre las clases populares comienzan a emerger figuras para sustituir a estos decadentes nobles: “el más humilde cieno / fermenta, y brota espíritus altivos” (vv. 276-277). Y es que, a la vista de la decadencia moral en que se ha sumido la nueva clase nobiliaria, el autor sólo confía en la revolución social desde la base: “venga / la humilde plebe en irrupción y usurpe / lustre, nobleza, títulos y honores” (vv. 279-281).
En su Sátira segunda A Arnesto, Jovellanos se lamenta de la frivolidad en que ha caído la nueva generación de jóvenes nobles, más preocupados por la moda y la diversión viciosa, que por el apoyo a la clase política dirigente, con el fin de hacer progresar al país.
El motivo de esta actitud es la mala educación recibida, una educación relajada, más fundada en consentir los caprichos que en fomentar la cultura y los valores morales. Los jóvenes de buena familia consideran que la nobleza y la virtud residen en el solo hecho de tener unos antepasados que destacaron por su valentía y su servicio a la Corona, y, por supuesto, en haber heredado de ellos un patrimonio; y no se preocupan de formarse intelectual y moralmente, y mucho menos de continuar los pasos de aquellos, contribuyendo al progreso de la sociedad.
Jovellanos, burgués ilustrado, hombre cívico hasta a la médula, movido siempre por su afán de servicio público y por su amor a la patria, contempla esta situación, no con una perspectiva airada o burlesca, sino más bien con cierta tristeza nostálgica, y se lamenta de que, sin un modelo virtuoso en la élite, sin un referente en que fijarse, la sociedad se vaya desmoronando.
Pero confía en que todo ha de tener solución, y que esta vendrá de la mano de las clases sociales populares.
Su sátira, pues, no parece dirigirse contra la clase noble, para que cambie sus viciosos planteamientos vitales, sino más bien hacia la clase popular, para que no espere de aquella grandes iniciativas, y se movilice, ocupando el lugar que a la otra correspondería como protagonista de la revitalización que el país necesita.
En la composición se aprecia un predominio de palabras tanto del campo semántico de la nobleza y la virtud, como del de la mala educación y la falta de virtud, ambos relacionados con el tema.
Al primero pertenecerían: blasones, palacio, escudo, águila imperial, árbol gentilicio, sombreros, mitras, bastones, ilustres deudos, rancia alcurnia, Ponces, Guzmanes, señorito, cocheros, lacayos, hidalgo, noble, timbres, blasones, clase ilustre, alta descendencia, virtud, nombres venerandos, Laras, Tellos, Haros, Girones, lustre, nobleza, títulos, honores…
Al campo semántico de la educación pertenecerían: crianza, examínale, sabe, leyó, ciencia, dómine, ayo, maestro, lecciones, pedagogo, aprendió, educó…
Pero en seguida entendemos que se trata de una educación frustrada, de una mala educación, porque vinculados a estos términos encontramos: majo, baladí, cigarro, Pacotrigo, Caramba, beodo, idiota, sal, garabato, aire, chiste, fregonas, truhanes, bichos, Pericuelo, chorizo, pepillista, sota, chispero, chuchera, embaidora, Celestina, zahúrda, robos, chupó, zambras, escandalosa, francachelas, tripudios, juego, trascartón, alfeñique, vicios, polisón, burdel, alcahuetas, rufianes, ponzoña, vilipendio, behetría…

6.-Interpretación, valoración, opinión.
Como hemos visto, en este poema, el autor satiriza la mala educación de los jóvenes nobles, pero no desde una perspectiva burlesca o destructiva, sino con un tono melancólico y a la vez esperanzado. La literatura ilustrada busca transmitir un mensaje, unos valores cívicos, para instruir al lector y así corregir los males de la sociedad.
Se trata de un tema que preocupa notablemente a los ilustrados, y de ello da muestras la Carta séptima de las Cartas marruecas, de Cadalso.
Pero Jovellanos no es sólo un cargo público, que, movido por su amor a la patria y por cierta responsabilidad en el progreso de la sociedad, se dirige a los ciudadanos para tratar de sensibilizarlos; también es un poeta, y así, además del mensaje ilustrado que la composición transmite, no descuida la forma, el rigor métrico y el estilo, componiendo un poema claro y didáctico, sí, pero no por ello carente de elegancia y de recursos retóricos.

El resumen definitivo de El sí de las niñas, de Moratín

El sí de las niñas fue escrita con el propósito de que se entendiera, para que su contenido llegara con nitidez a sus destinatarios.
Es este uno de los principios de la Ilustración: enseñar deleitando, o, lo que es lo mismo, encerrar un mensaje profundo dentro de una trama teatral sencilla, de manera que cale en el subconsciente del espectador sin dificultad.
¿En qué consiste, pues, la lectura que aquí propongo? Sobre todo en proporcionar unas líneas básicas que sirvan de ayuda, no para la lectura en sí de la obra (que ya he dicho que se entiende con facilidad), sino para su comprensión dentro de la época en que fue creada.

En este mismo blog podéis encontrar las siguientes entradas con resúmenes de obras:

Proponemos aquí dos posibles lecturas, de dificultad creciente:

  • La primera consistiría en leer únicamente los subrayados. Según explicamos en nuestro post inicial, al tratarse de un resumen amplio, esta lectura sería suficiente para comprender la obra, y, lo que es más importante, darla por leída sin perder esos detalles tan valiosos sobre los que frecuentemente tratan las preguntas de examen, y que raramente aparecen en los resúmenes que circulan por la red.
  • La segunda, que es la que nosotros recomendamos, requeriría leer la obra completa, fijándose especialmente en los subrayados, que, en este caso, servirían de ayuda para una más fácil comprensión del argumento.

El lector observará que, además de los subrayados en amarillo, que destacan lo fundamental de la trama, hay algunos en verde. Son pocos, apenas unas frases en toda la obra: se trata de aquellas intervenciones en las que se concentra la esencia del mensaje moral y social que el autor pretendía transmitir a los espectadores.

Al abordar su lectura, hay que considerar que El sí de las niñas se escribió a principios del siglo XIX, y los gustos de aquella época tenían muy poco que ver con los del siglo XXI. Pero hay que tener cierta amplitud de miras, y ser conscientes de que, desde entonces, los códigos estéticos han variado considerablemente.

Para un estudio más profundo de la obra, se puede acudir al trabajo de Joaquín Casalduero, Forma y sentido de El sí de las niñas.

Pero antes de entrar en materia…

Permíteme un consejo

El resumen definitivo de El sí de las niñas. Moratín

LA ILUSTRACIÓN
En el siglo XVIII, un grupo de intelectuales reacciona frente al estilo barroco, que, de puro usado, había terminado ya por gastarse, por degenerarse, convirtiéndose en un simple afán de retorcer y complicar las obras sólo por imitación, sin un criterio estético como el que, en el siglo anterior, había animado a autores como Góngora, Quevedo, Calderón o los Argensola. Los ilustrados, que así se denominan estos intelectuales, consideran que una literatura que no puede ser entendida por los lectores (o espectadores, en el caso del teatro) carece de sentido, pero sobre todo carece de utilidad: un mensaje que no llega a su destinatario no sirve para nada. Y proponen una vuelta a la claridad, a la sencillez, de manera que cualquier composición literaria pueda ser transmisora de contenidos que se entiendan. Pero su intención va más allá de lo meramente estético: su propósito obedece a un plan de instrucción de la sociedad, orquestado desde las altas instancias gubernamentales, que consiste en crear una literatura que contribuya a la formación intelectual, moral y social de quien la lee. Y cualquier escritor que aspire a tener éxito, ha de prestarse a ese juego.
El pensamiento ilustrado se caracteriza por una supremacía de la razón y la crítica, basadas ambas en la experiencia y apoyadas en la ciencia, frente a cualquier interpretación ideal o religiosa de la vida.
En este siglo (también denominado “Siglo de las Luces”), la felicidad no se concibe, por tanto, como algo que se ha de alcanzar más allá de la muerte, sino como algo concreto, a lo que se aspira cada día, en este mundo, y que puede lograrse a través del conocimiento, la cultura, el progreso
La España de finales del siglo XVII era un país empobrecido, heredero de la crisis económica y espiritual en que había terminado degenerando el agotado esplendor del Barroco. Las clases trabajadoras vivían en la miseria, carentes de derechos y, lo que es peor, sumidos en la ignorancia. En contraste, la nobleza y el clero gozaban de amplios privilegios.
Al ascender al trono, Felipe V fortalece la autoridad de la monarquía y va reduciendo progresivamente los privilegios de la aristocracia y la iglesia. Desde el poder, se promueve la educación del pueblo. Para ello se publican libros, se traducen obras extranjeras, se conceden becas, se fomentan los viajes de estudio, se imprimen periódicos, se crean Academias (como la de la Lengua o la de Historia)… todo ello al servicio del ideario ilustrado oficial, cuyo fin no es otro que el de instruir a las clases populares y generar progreso económico y social.
En el plano artístico, se produce una reinterpretación del clasicismo: no se trata ya de una recuperación de sus principios estéticos (como ocurría en el Renacimiento), sino de una nueva visión de los mismos, y de ahí la denominación de Neoclasicismo. En general, frente a la exageración y la complicación barrocas, ahora se busca la moderación y la simplicidad; frente al retorcimiento, la armonía; frente al pesimismo, el optimismo, la alegría, la diversión; frente al lenguaje complejo y artificioso, la claridad expresiva…
Se distinguen tres etapas en la literatura española del siglo XVIII:
Antibarroquismo: durante la primera mitad del siglo, se mantiene la reacción contra los postulados estéticos del Barroco.
Neoclasicismo: durante la segunda mitad del siglo, siguiendo los dictados de Ignacio Luzán en su Poética, y sin apartarse mucho de la línea antibarroquista, triunfa la corriente neoclásica, basada en una actualización de temas y estilos heredados de la antigüedad griega y latina. Tiene dos vertientes: una profunda, marcada por su búsqueda de la utilidad y su finalidad didáctica, y otra más ligera, conocida como Rococó, en la que predominan los temas pastoriles y la exaltación del placer y el amor galante. Las estrofas más habituales son las odas, las epístolas, las elegías y los romances.
Prerromanticismo: a caballo entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, comienza a apuntar cierta tendencia hacia la expresión espontánea de los sentimientos y las emociones íntimas, como una reacción frente a la tiranía de la razón, que imponía la Ilustración, y frente a la concepción del amor como un sentimiento liviano y superficial, propia del Rococó.

LEANDRO FERNÁNDEZ DE MORATÍN
Leandro Fernández de Moratín nace en Madrid, en 1760.

moratin
Es hijo del también dramaturgo y poeta Nicolás Fernández de Moratín.
Cursa estudios universitarios en Valladolid y muy pronto comienza a ser conocido en los círculos literarios, al conseguir premios en certámenes poéticos.
Recomendado por Jovellanos, en 1787 viaja a París en calidad de secretario del conde de Cabarrús. La experiencia fue muy provechosa para el joven escritor, pues toma contacto con la cultura francesa del momento y comienzan a calar en él los principios de la Ilustración.
A su regreso a Madrid, continúa gozando de la protección de personajes poderosos, tales como el Conde de Floridablanca o el propio Godoy. Favorecido por la élite política e intelectual, comienza a estrenar sus comedias.
Durante cinco años viaja por Europa, y cuando vuelve a Madrid, en 1797, es nombrado secretario de Interpretación de Lenguas.
En 1808, Napoleón se hace con el gobierno de España y Moratín se declara partidario de los franceses. La protección del rey José Bonaparte le beneficia en un primer momento, llegando a ser nombrado bibliotecario mayor de la Real Biblioteca; sin embargo, cuando las tropas francesas se retiren, será tachado de «afrancesado», por lo que optará por salir de Madrid, y más tarde, en 1818, incluso de España.
Muere en París en 1828.

Producción teatral
Moratín es el principal representante del teatro neoclásico español.
Estrechamente vinculado con las altas esferas del poder, interesadas en llevar a cabo la reforma de la sociedad desde el plano intelectual, pone en práctica una renovación del teatro.
Las bases sobre las que se fundamenta esta nueva forma de entender el teatro son:

  • Sujeción a las tres unidades: la obra sólo ha de girar en torno a una acción; ha de suceder en un único lugar, sin cambios de escenario, y no puede durar más de un día.
  • La historia presentada ha de ser verosímil, de manera que los espectadores se puedan ver reflejados en ella. Las situaciones presentadas proceden de la vida cotidiana, y hombres y mujeres han de aparecer como son, con sus costumbres, sus virtudes y sus defectos.
  • Y lo más importante: ha de encerrar una enseñanza moral y social. De este modo, el teatro pasa de ser un mero espectáculo de entretenimiento, a ser una escuela de buenas costumbres: los espectadores se sienten inclinados a imitar los comportamientos positivos de aquellos personajes tan parecidos a ellos mismos, envueltos en una acción dramática tan cotidiana, tan verosímil.

El propio Moratín definía la comedia con estas palabras: “imitación en diálogo (escrito en prosa o en verso) de un suceso ocurrido en un lugar y en pocas horas entre personas particulares, por medio del cual (…) resultan puestos en ridículo los vicios y errores comunes en la sociedad, y recomendadas por consiguiente la verdad y la virtud”.
Sus obras teatrales son:

  • El viejo y la niña (1790), en la que critica los matrimonios de conveniencia, especialmente aquellos que se conciertan entre personas de edades muy diferentes
  • La comedia nueva o El café (1792) es una obra metateatral, en la que, durante una tertulia de café, se analizan los despropósitos del teatro que se estaba representando en la época, a la vez que se plantea un nuevo esquema dramático neoclásico.
  • El barón (1803), en la que también critica los matrimonios de conveniencia, fundados en este caso en una desigualdad social.
  • La mojigata (1804) constituye una sátira contra la inadecuada educación en las mujeres, que las induce a la falsa piedad y a la hipocresía religiosa.
  • El sí de las niñas (1806). Nueva crítica, dirigida esta vez contra la represora educación de las jóvenes, que les impide manifestarse con sinceridad, y también contra los matrimonios concertados entre personas desiguales en edad.

A su producción teatral hay que añadir sus obras sobre teatro, que dan idea de sus conocimientos historiográficos y técnicos acerca de la materia:

  • En el «Prólogo» a la edición de sus obras, publicada en París, en 1825, resume, desde una perspectiva clasicista, la historia del teatro español del siglo XVIII.
  • Orígenes del teatro español, publicada póstumamente, en 1830. Constituye un estudio sobre el teatro español anterior a Lope de Vega.

EL SÍ DE LAS NIÑAS
Temas
En esta obra confluyen dos temas, que Moratín ya había tratado con anterioridad: por un lado, el problema de los matrimonios desiguales, concertados por conveniencia, y por otro, la autoritaria educación de los jóvenes, especialmente de las niñas, quienes deben someterse ciegamente a la despótica voluntad de sus padres o tutores.
Pero Moratín no se limita a criticar estos dos aspectos de la sociedad de su época, considerando las nefastas consecuencias que tal hipocresía implica, sino que además, a través de un desenlace feliz, propone un modelo de comportamiento sensato, racional, que resulta personal y socialmente positivo.
Estructura y argumento
La obra se divide en tres actos, que se corresponden con una estructuración en presentación, nudo y desenlace.


En el primer acto se presenta el problema de la obra: doña Irene, quien, por circunstancias, se encuentra en una delicada situación económica y social, ha concertado el matrimonio de su hija doña Paquita, de dieciséis años, con don Diego, un hombre de cincuenta y nueve, que goza de una posición acomodada. Sin embargo la niña ha conocido a un joven, del que se ha enamorado; ella piensa que se llama don Félix de Toledo, pero en seguida sabremos que se trata de don Carlos, sobrino de don Diego.
La acción se desarrolla en una posada de Alcalá de Henares, en la que se han detenido a hacer noche, de regreso de Guadalajara, adonde han ido a recoger a doña Paquita del convento en el que estaba interna.
Casualmente, a esa misma posada llega don Carlos, que ha recibido una carta de doña Paquita diciéndole que su madre pretende casarla, y ha acudido al rescate.
En el segundo acto, la trama se complica, ya que don Carlos manifiesta ya abiertamente su amor a doña Paquita y se dispone a actuar para impedir la boda. Sin embargo, cuando descubre que el novio es su propio tío y tutor, al que debe respeto y obediencia, resuelve marcharse, sin poner ningún impedimento para la boda.
En el tercer acto, se produce el desenlace. Esa misma noche, don Carlos acude a la ventana de la posada a explicar a doña Paquita la situación, y desde la calle le arroja una carta hacia el interior de la estancia. Pero don Diego, que está desvelado por el calor, presencia la escena, encuentra la carta y descubre el amor de los jóvenes. En una conversación sincera con doña Paquita, esta le reconoce que se casa con él por obediencia a su madre. Don Diego entonces, renunciando a su propio interés, cede a su sobrino las pretensiones de matrimonio con doña Paquita.
La sencillez de las tres unidades
El sí de las niñas responde a la perfección al esquema teatral neoclásico, propuesto por Moratín:

  • Unidad de acción: aunque, como hemos visto, dos son los temas que se plantean en la obra (la educación y los matrimonios desiguales), aparecen perfectamente vinculados en una sola acción argumental: el triángulo amoroso formado por don Diego, doña Paquita y don Carlos. Las aspiraciones de estabilidad económica y social de doña Irene, o los escarceos amorosos de los criados, Rita y Calamocha, son complementarias de la acción principal y en ningún caso suponen una distracción de esta.
  • Unidad de lugar: toda la obra transcurre en un único lugar, el distribuidor de una posada de Alcalá de Henares, al que dan las puertas de las distintas habitaciones y una ventana (importante, pues a través de ella se desarrolla la conversación de los amantes).
  • Unidad de tiempo: la acción transcurre en una sola jornada. Comienza a las siete de la tarde, cuando los personajes, que viajan de Guadalajara a Madrid, se detienen a hacer noche, y termina a las cinco de la mañana, cuando se levantan para continuar su camino. La acción sucede, pues, durante la noche, y de ahí que continuamente se haga referencia a la ausencia de luz. Ese juego con la iluminación puede tener un carácter simbólico, asociando el nudo de la trama a la oscuridad y el desenlace a la luz del amanecer (recordemos que esta etapa de la historia se conoce como “el Siglo de las Luces”).

La profundidad del mensaje ilustrado
Pero el rasgo que verdaderamente destaca en esta obra es su contenido didáctico. En efecto, su argumento transmite un mensaje que entraña una evidente finalidad educativa, al presentar como digno de imitación el sensato comportamiento de don Diego, frente a la actitud de la egoísta doña Irene, social y moralmente negativa.
El sí de las niñas, de principios ya del siglo XIX, pertenece a esa vertiente profunda del Neoclasicismo, caracterizada por la búsqueda de una finalidad didáctica en la creación literaria.

El si de las niñas. Moratin
Si bien en ese amor apasionado entre doña Paquita y don Carlos se adivinan ya ciertos apuntes del prerromanticismo, por encima de tal pasión se impone la razón, especialmente en dos momentos: primero, cuando don Carlos, enterado de que el novio de su amada es su propio tío, renuncia a su intención de disputarle a su prometida y opta por retirarse; y al final, cuando don Diego, conociendo ya los amores de su sobrino con doña Paquita, renuncia al proyectado matrimonio y, dando un paso a un lado, permite la felicidad de los jóvenes.
Personajes positivos y negativos
Los personajes que intervienen en la acción son siete, pero podría decirse que uno de ellos, el criado Simón, es circunstancial. Los otros seis se distribuyen de forma equilibrada: por un lado, doña Irene, su hija doña Paquita y la criada Rita, y por otro lado, don Diego, su sobrino don Carlos y el asistente Calamocha.
Se trata de personajes-tipo, que encarnan un comportamiento determinado:

  • Por un lado, están los personajes negativos, doña Irene y su hija doña Paquita, ayudadas por Rita, que representan las normas de una educación caduca: obediencia ciega, hipocresía, egoísmo… Hay que destacar la complejidad del personaje de doña Paquita, obligada a mostrarse como una niña simple, de carácter sumiso, pero movida por unos impulsos emocionales intensos.El si de las niñas
  • Por otro lado, están los personajes positivos, don Diego y su sobrino don Carlos, ayudados por Calamocha, que representan los valores morales y sociales a imitar: sinceridad, razón (entendida como un dominio de las pasiones), respeto hacia la autoridad ejercida con cordura… Sin duda destaca el sensato comportamiento de don Diego, capaz de renunciar a su propio interés (¡un hombre de cincuenta y nueve, casado con una jovencita de dieciséis!), en favor de los jóvenes enamorados. Pero también hay que destacar el carácter de don Carlos, un militar valeroso, capaz de enamorarse apasionadamente de una joven, pero a la vez capaz de refrenar esa pasión cuando considera el respeto que debe a su tío y tutor, don Diego.

Al margen de esta clasificación, puede decirse que son tres los personajes realmente esenciales en la acción: doña Irene, con su educación impositiva y su acuerdo con don Diego; doña Paquita, con su amor apasionado hacia don Carlos y, a pesar de él, su obediencia ciega a la voluntad de su madre; y, por último, don Diego, con su sentido común al renunciar al matrimonio concertado, en favor de un matrimonio por amor, beneficioso para los amantes y provechoso para la sociedad.