El resumen definitivo de las Cartas marruecas, de Cadalso

Simplificando mucho, podría decirse que la Ilustración, como movimiento literario, presenta dos aspectos fundamentales: la didáctica y la crítica, los cuales a veces aparecen bien diferenciados, pero en ocasiones se complementan, bajo el manto de la utilidad, que todo lo cubre en esta época.

En el caso de las Cartas marruecas (1789), obra ensayística del escritor José Cadalso, predomina el segundo aspecto, pues constituye un recorrido satírico por las costumbres de la sociedad de la época. En efecto, la lectura de esta obra nos permite comprender mejor la España del siglo XVIII, analizándola, con un estilo ameno, desde la perspectiva “ingenua” de un joven marroquí, que contempla extrañado las costumbres de este país.
Formalmente, se trata de la correspondencia (ficticia) que Gazel, un joven marroquí que llega a España junto con la comitiva de un embajador de Marruecos, mantiene con Ben Beley, su maestro y guía espiritual, describiéndole las condiciones de vida y las costumbres españolas, especialmente aquellas que más contrastan con las propias. Estas cartas se alternan con algunas que cruzan Gazel y Nuño, su amigo español, y este con Ben Beley. Entre los tres personajes se producirá, como veremos, un interesante juego de perspectivas sobre la situación española del momento.

En este mismo blog podéis encontrar las siguientes entradas con resúmenes de obras:

Proponemos aquí dos posibles lecturas, de dificultad creciente:

  • La primera consistiría en leer únicamente los subrayados. Según explicamos en nuestro post inicial, al tratarse de un resumen amplio, esta lectura sería suficiente para comprender la obra, y, lo que es más importante, darla por leída sin perder esos detalles tan valiosos sobre los que frecuentemente tratan las preguntas de examen, y que raramente aparecen en los resúmenes que circulan por la red.
  • La segunda, que es la que nosotros recomendamos, requeriría leer la obra completa, fijándose especialmente en los subrayados, que, en este caso, servirían de ayuda para una más fácil comprensión del argumento.

El lector observará que, además de los subrayados en amarillo, que destacan lo fundamental de la trama, hay algunos en verde. Son pocos, apenas unas frases en toda la obra: se trata de aquellas ideas en las que se concentra la esencia del mensaje ético y social que el autor pretendía transmitir a los lectores.

Al abordar su lectura, hay que considerar que las Cartas marruecas se escribieron hacia 1789, y los gustos de aquella época tenían muy poco que ver con los del siglo XXI. Pero hay que tener cierta amplitud de miras, y ser conscientes de que, desde entonces, los códigos estéticos han variado considerablemente.

Para un estudio más profundo de la obra, se puede acudir a los trabajos de Ana Tobío, El tema de la nobleza en las Cartas marruecas, y de Jesús Cañas, Una inconfesa novela de la Ilustración.

El siguiente vídeo ofrece una lectura de una de las cartas más divertidas:
https://vimeo.com/97105639

Pero, antes de entrar en materia…

Permíteme un consejo

El resumen definitivo de las Cartas marruecas. José Cadalso

Algunos datos biográficos de José Cadalso

José Cadalso nace en Cádiz, en 1741.

La muerte de su madre a consecuencia del parto, y la ausencia de su padre por causa de negocios en América, fueron el motivo de que se encargara de su educación un tío suyo jesuita, que le envió a estudiar a distintos países de Europa: Francia, Inglaterra, Italia y Alemania. A su regreso a España, se encuentra con una sociedad rancia y atrasada, que choca con la cultura abierta y moderna que ha conocido en aquellos países.
Entre los dieciséis y los dieciocho años permanece en España, pero no llega a adaptarse, y consigue que su padre le vuelva a enviar a Europa, residiendo durante dos años en París y en Londres.

José Cadalso

Pero en 1761, la muerte de su padre le obliga a regresar a España para hacerse cargo de la herencia.

Se alista en el Ejército y participa en la campaña de Portugal. Trasladado su regimiento a Madrid, es testigo del motín de Esquilache, en marzo de 1766. En esta época comienza su actividad literaria y empieza también a frecuentar los ambientes de la alta sociedad; así, en casa de la Marquesa de Escalona conoce al todopoderoso Conde de Aranda, presidente del Consejo de Castilla.
En 1768 circula por Madrid, para gran escándalo de la nobleza (y en especial de las damas), un libelo titulado Calendario manual y guía de forasteros en Chipre, en el que se satirizan las costumbres amorosas; la opinión pública se lo atribuye a Cadalso, y este tiene que marcharse durante cierto tiempo a Zaragoza. A este período pertenece su obra poética de estética anacreóntica Ocios de mi juventud, encuadrada en los esquemas de poesía neoclásica, al gusto del momento.

En 1770 regresa a Madrid, donde frecuenta los círculos teatrales. A esta época pertenece su producción dramática: Solaya o los circasianos y Don Sancho García. Vive también una apasionada relación amorosa con la actriz María Ignacia Ibáñez. Pero apenas un año más tarde, esta muere repentinamente, dejando desolado a Cadalso (este episodio se verá reflejado en sus Noches lúgubres, de claro tono prerromántico).
Sufre una profunda depresión, de la que no es capaz de distraerse ni siquiera frecuentando las tertulias literarias, en las que toma contacto con otras figuras del pensamiento ilustrado del momento, como son Moratín e Iriarte. A esta época pertenece su obra Los eruditos a la violeta, en la que satiriza la erudición vana y superficial.

Entre 1773 y 1774 se instala en Salamanca, donde continúa con su actividad literaria, proyectando sus vivencias y emociones en obras poéticas, dramáticas y ensayísticas. A este período corresponden sus reflexiones sobre la sociedad y la cultura española, recogidas en las Cartas marruecas. Además, frecuenta los círculos literarios de la ciudad, entre los que se encuentran figuras de la talla de fray Diego González, Juan Pablo Forner, Iglesias de la Casa o Meléndez Valdés.
En 1777 da un paso adelante en su carrera militar: es ascendido a comandante de escuadrón y participa en el asedio de Gibraltar. Poco después, en 1781, alcanza el grado de coronel. Pero un año más tarde, con sólo cuarenta de edad, muere al recibir en la cabeza el impacto de un fragmento de metralla.
Entre 1789 y 1790 aparecen de forma póstuma sus dos obras más importantes: Noches lúgubres y Cartas marruecas.

Contexto histórico y literario en que se enmarcan las Cartas marruecas

Con el arranque del siglo XVIII, promovido desde la monarquía y el estamento burgués, se produce un importante cambio en el pensamiento, conocido como Ilustración. Este cambio supone una ruptura con la tradición y con la fe como medios de conocimiento, en favor del método científico: la utilización de procedimientos racionales y críticos, y sobre todo la experiencia, serán ahora los únicos válidos para explicar la realidad y llegar así a la verdad.

Este período es también denominado “Siglo de las Luces”, y es que suele decirse que el conocimiento es la luz para acabar con la oscuridad de la ignorancia. Para los ilustrados, esta se encuentra instalada en las creencias religiosas y en las tradiciones más ancestrales, muchas veces supersticiosas, y el respeto ciego a estas creencias y tradiciones no hace sino fomentar el atraso de la sociedad.

Este movimiento tiene su máxima expresión en Inglaterra, donde aparecen figuras de la talla de Newton, Hobbes o Locke, y en Francia, donde se genera una corriente intelectual encabezada por Voltaire, Rousseau y Montesquieu, que culmina con la redacción de la Enciclopedia, y que será el germen de la Revolución Francesa de 1789.

A partir de estos dos focos principales, el pensamiento innovador se empieza a difundir por el resto de Europa.

En España, tras la muerte de Carlos II sin descendencia, se produce la guerra de Sucesión, resultando vencedor el Borbón Felipe de Anjou, que asciende al trono como Felipe V. Los orígenes franceses de la nueva casa real favorecerán, especialmente durante el reinado de Carlos III (1759-1788), la penetración del pensamiento ilustrado en la anquilosada cultura española.

Un grupo de intelectuales, entre los que se encuentran Feijoo, Jovellanos, Moratín y Cadalso, asumen la empresa de incorporar a España a la corriente ilustrada que recorre el resto de Europa. Pero el tránsito renovador no será tan sencillo, pues la tradición y la fe pesaba todavía mucho sobre el carácter nacional, y esa postura crítica frente a ciertas ideas que fomentaban el anquilosamiento cultural les supondrá el rechazo popular, bajo la acusación de “afrancesados”, o lo que es lo mismo, de antipatriotas. También se resisten al cambio la nobleza y el clero, que ven cómo los intelectuales burgueses pretenden acabar con los principios ideológicos sobre los que se sustenta la sociedad del Antiguo Régimen, en que ellos se encuentran confortablemente asentados, gozando de no pocos privilegios. Así pues, los ilustrados no contarán con el apoyo de ningún sector de aquella misma sociedad que no pretenden más que mejorar. Tan sólo el monarca parece estar interesado en fomentar la reforma progresista, y de su mano se publican libros de contenido científico y filosófico, se traducen obras extranjeras, se promueven viajes de estudios por Europa y se crean instituciones para el desarrollo de la cultura, tales como la Real Academia de la Lengua, que impulsa la elaboración de un diccionario y una gramática.

Tertulia Ilustración

Pero aquella crítica contra lo tradicional, tan mal entendida por los españoles en general, tenía una finalidad positiva: hacer avanzar a la sociedad. Para alcanzar la felicidad colectiva es preciso salir de la incultura, reforzar la economía y mejorar las condiciones sociales. Los ilustrados proponen, como primera medida, la educación de los ciudadanos, y la literatura ya no puede ser un mero artificio estético, como sucedía en el Barroco, sino que ha de ser un instrumento útil, didáctico, puesto al servicio de la educación.
Se produce así una reacción contra la literatura barroca, caracterizada fundamentalmente por la dificultad, ya fuera formal o conceptual (como muestra del culteranismo y del conceptismo, ya analizamos aquí, en posts anteriores, a Góngora y a Quevedo, respectivamente). Los ilustrados consideran que un lenguaje literario que no se entiende carece de sentido y sobre todo de utilidad, y proponen una vuelta a la claridad, a la sencillez, de manera que cualquier composición literaria pueda ser transmisora de contenidos y, en definitiva, contribuya a la formación intelectual, moral y social de quien la lee.

Pero su intención va más allá de lo meramente estético: su propósito de instruir a la sociedad obedece a un plan para mejorarla. La España de finales del siglo XVII era un país empobrecido, heredero de la crisis económica y espiritual en que había terminado degenerando el agotado esplendor del Barroco. Las clases trabajadoras vivían en la miseria, carentes de derechos y, lo que es peor, sumidos en la ignorancia. Instruyendo a las clases populares, los ilustrados pretenden modernizar la cultura, generar progreso económico y conseguir un mayor bienestar social.
En el plano artístico, se produce una reinterpretación del clasicismo: no se trata ya de una recuperación de sus principios estéticos (como ocurría en el Renacimiento), sino de una nueva visión de los mismos, y de ahí la denominación de Neoclasicismo. En general, frente a la exageración y la complicación barrocas, ahora se busca la moderación y la simplicidad; frente al retorcimiento, la armonía; frente al pesimismo, el optimismo, la alegría, la diversión; frente al lenguaje complejo y artificioso, la claridad expresiva…
Se distinguen tres etapas en la literatura española del siglo XVIII:
Antibarroquismo: durante la primera mitad del siglo, se mantiene la reacción contra los postulados estéticos del Barroco.
Neoclasicismo: durante la segunda mitad del siglo, siguiendo los dictados de Ignacio Luzán en su Poética, y sin apartarse mucho de la línea antibarroquista, triunfa la corriente neoclásica, basada en una actualización de temas y estilos heredados de la antigüedad griega y latina. Tiene dos vertientes: una profunda, marcada por su búsqueda de la utilidad y su finalidad didáctica, y otra más ligera, conocida como Rococó, en la que predominan los temas pastoriles y la exaltación del placer y el amor galante. Las estrofas más habituales son las odas, las epístolas, las elegías y los romances.
Prerromanticismo: a caballo entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, comienza a apuntar cierta tendencia hacia la expresión espontánea de los sentimientos y las emociones íntimas, como una reacción frente a la tiranía de la razón, que imponía la Ilustración, y frente a la concepción del amor como un sentimiento liviano y superficial, propia del Rococó.

El tema de las Cartas marruecas

Cadalso, desde la perspectiva crítica de un extranjero que estuviera de paso por España, reflexiona sobre el atraso cultural, la pobreza económica y el anquilosamiento social que encuentra en este país, apostando por el espíritu reformador de la Ilustración que se aprecia en el resto de Europa.

Estructura

La obra es un ensayo desarrollado bajo una estructura epistolar, siguiendo el modelo de las Cartas persas, de Montesquieu (1721).
Consta de noventa cartas, la mayoría de las cuales son enviadas por el joven Gazel a su maestro Ben Beley, recogiendo sus reflexiones sobre la España que va descubriendo. A estas se añaden las respuestas del maestro y las cartas que ambos se intercambian con Nuño, un cristiano amigo de Gazel.

Cartas marruecas. Cadalso

La intervención de estos tres interlocutores permite al autor, como veremos, la posibilidad de contrastar (y complementar) diferentes puntos de vista.

Hay que señalar, por último, que, a la ficción de la correspondencia que constituye el contenido de la obra, Cadalso añade el detalle de afirmar que el conjunto de las cartas ha llegado a sus manos casualmente, como un manuscrito, que él simplemente se limita a publicar.

Tres perspectivas en una

Suele decirse que los tres personajes que se intercambian las cartas encarnan tres diferentes modos de contemplar (y analizar) la realidad social y cultural de la España del siglo XVIII.

Esto es cierto, pero no es del todo exacto:

  • Gazel representa la visión del joven extranjero, perteneciente a una cultura muy diferente a la europea, la marroquí, y que por tanto contempla como una novedad, de forma objetiva, sin juicios patrióticos o antipatriotas preconcebidos, cuanto va conociendo de la forma de vida en España. Pero su mirada no es totalmente objetiva, pues no puede evitar la comparación de esta cultura, extrañamente artificiosa, con la sencillez de aquella de la que él proviene. Así, a menudo se percibe cierto tono de ironía, que raya el menosprecio, al tocar determinados aspectos del carácter español, especialmente aquellos más anquilosados. Se trata, obviamente, de la voz del propio Cadalso.
  • Nuño es un español, de mediana edad, honesto, que se guía sobre todo por el sentido común. Se muestra ideológicamente progresista, partidario de los avances, pero por desgracia escéptico con la capacidad de sus contemporáneos para hacer avanzar al país. Es, desde el punto de vista religioso, cristiano, pero también es contrario a las supersticiones y al inmovilismo en las tradiciones. A pesar de su aparente rechazo hacia la España del momento, en el fondo ama a su patria y le preocupa la situación en que se encuentra. Cuando mira el pasado y considera el proceso que la ha llevado al estado actual, no puede dejar de mostrarse un tanto pesimista. También el espíritu de Cadalso subyace en sus reflexiones.
  • Ben Beley es el maestro y guía espiritual de Gazel. Es un anciano respetable, que ha alcanzado el equilibrio personal y cuyas opiniones, de carácter sentencioso, se rigen más por criterios universales, que por valoraciones parciales. Con su visión generalizadora a partir de la descripción de la situación española que le hace Gazel, proyecta un rayo de esperanza sobre esta. Es, pues, también Cadalso quien, a través de la voz del sabio Ben Beley, manifiesta su confianza en la recuperación.

Suele decirse que es la postura de Nuño la que parece coincidir más con la de Cadalso. Sin embargo, estas tres perspectivas no se contraponen en la obra, sino que se complementan, configurando la auténtica visión del autor sobre la España del momento: contempla la realidad sin prejuicios falsamente patrióticos, sin apasionamiento, tomando distancia, y lo que ve le hace no ser muy optimista; sin embargo, en el fondo alberga la esperanza en la recuperación del país.

El género de las Cartas: ensayo en forma de epístola.

Los ilustrados se proponen llevar a cabo la instrucción de la ciudadanía, fundamentalmente a través de la literatura, y por tanto esta, según hemos indicado, ya no puede responder a los artificiosos criterios estéticos del Barroco; por el contrario, ha de regirse por los principios de claridad, precisión y utilidad, orientados a una finalidad didáctica, educativa. En este sentido, resulta sumamente adecuado el género ensayístico, ya que permite tratar temas políticos, históricos, filosóficos, etc. de una forma amena, fácilmente transmisible al público en general.

Cartas marruecas sigue el modelo de la obra de Montesquieu Cartas persas, en la que también se plantea, a través de una estructura epistolar ficticia, la reflexión crítica sobre la situación política, social, económica y cultural de la civilización occidental.

En el siglo XVIII, el género del ensayo responde a las siguientes convenciones:

  • Texto breve. No consiste en un análisis exhaustivo de un tema.
  • Escrito con fines divulgativos. No obstante, no es un tratado, sino que el autor proyecta su visión personal.
  • Trata temas muy variados, de interés para el público, desde una perspectiva crítica.
  • Son textos de lectura fácil y amena, pero en los que no faltan recursos literarios.
  • Se dirigen a un lector de nivel cultural medio.

Así, las Cartas marruecas se nos muestran como un conjunto de textos más o menos breves, en los que Cadalso, sin un orden concreto, trata distintos aspectos de la España del momento, desde una perspectiva personal, crítica, con el fin de hacer reflexionar al lector sobre la necesidad de reforma que tiene el país.

Un tono expositivo no demasiado riguroso, alternado con no pocos pasajes descriptivos y narrativos, confiere a la obra una amenidad que la hace fácil de leer y, lo que era más importante para la época, la convierte en un magnífico soporte ideológico, respondiendo al principio clásico de instruir deleitando.

La crítica constructiva

Las Cartas marruecas son, obviamente, mucho más que la correspondencia mantenida entre el joven marroquí Gazel, su maestro Ben Beley y el español Nuño. En ellas Cadalso trata de hacer una radiografía del problema de España: analizar la situación del país, considerar sus causas y apuntar posibles soluciones.

Compara, así, España con una casa grande, que en otro tiempo fue magnífica, pero que ahora se desmorona. Las causas de esta ruina son diversas:

  • Las largas y costosas guerras europeas, en las que España estuvo inmersa durante años.
  • La Guerra de Sucesión, que, a principios del siglo XVIII, produce una importante fractura interna en el país.
  • La emigración de parte de la población española al continente americano. En buena medida, se trataba de personas procedentes de las clases trabajadoras, con lo que España ve mermada su capacidad productiva.
  • Las clases nobles, llevadas de un trasnochado concepto de la honra, se resisten a desarrollar trabajos manuales.
  • Los avances en medicina, matemáticas y demás disciplinas científicas son mirados con menosprecio, como una intrusión en la cultura tradicional española del pensamiento moderno que recorre Europa.

Así, Cadalso, desde un profundo amor por la patria, lucha contra ese patriotismo mal entendido: hay que preservar lo que es útil de nuestras tradiciones, y rechazar aquello que nos impide avanzar. Esta postura hace que los elementos más conservadores de la sociedad le tachen de “afrancesado”, lo que en aquellos momentos equivalía a decir traidor. Esto hizo que la obra no fuera bien acogida entre sus contemporáneos. En cambio, tras su publicación, durante el siglo XIX, las Cartas marruecas fueron consideradas una honda reflexión sobre el problema de España, y su testigo fue recogido por los intelectuales de la Generación del 98 y, ya en el siglo XX, de la del 27.

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trabajosdeliteratura

Soy licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, y compagino mi actividad profesional con mi vocación literaria, tanto en el plano del análisis crítico como en el de la creación.

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