El comentario definitivo de la Sátira segunda A Arnesto, de Jovellanos

Siguiendo el esquema de nuestro Comentario de textos definitivo, basado en seis pasos que permiten un análisis lo más completo y a la vez lo más sencillo posible, nos disponemos ahora a abordar el análisis de la Sátira segunda A Arnesto, de Jovellanos, como muestra de la dimensión fundamental de la corriente ilustrada del siglo XVIII: su faceta educativa, a través de la crítica moral y social.
La longitud de la composición hará que no podamos detenernos demasiado en el análisis de los recursos formales, por lo que prestaremos mayor atención al contenido. (Lo cual, en el fondo, responde a uno de los principales intereses de la Ilustración: crear obras literarias que, más que bellas, resulten útiles en virtud del mensaje transmitido). En el siguiente enlace podéis descargar la explicación del procedimiento: ANEXO. El comentario de textos definitivo

En este mismo blog podéis encontrar las siguientes entradas con comentarios de texto:

Pero antes de pasar al comentario…

Permíteme un consejo

Sátira segunda

A ARNESTO
(El Censor, 31 de mayo de 1797)
Perit omnis in illo nobilitas, cuius laus est in origine sola.
(LUCANO, Carm. ad Pisones)
[Perece toda nobleza en aquel que no puede alabarse más que de su estirpe.]
¿De qué sirve
la clase ilustre, una alta descendencia,
sin la virtud?
(versos 264-266)
¿Ves, Arnesto, aquel majo en siete varas
de pardomonte envuelto, con patillas
de tres pulgadas afeado el rostro,
magro, pálido y sucio, que al arrimo
de la esquina de enfrente nos acecha 5
con aire sesgo y baladí? Pues ése,
ése es un nono nieto del Rey Chico.
Si el breve chupetín, las anchas bragas
y el albornoz, no sin primor terciado,
no te lo han dicho; si los mil botones 10
de filigrana berberisca, que andan
por los confines del jubón perdidos,
no lo gritan, la faja, el guadijeño,
el arpa, la bandurria y la guitarra
lo cantarán. No hay duda: el tiempo mismo 15
lo testifica. Atiende a sus blasones:
sobre el portón de su palacio ostenta,
grabado en berroqueña, un ancho escudo
de medias lunas y turbantes lleno.
Nácenle al pie las bombas y las balas, 20
entre tambores, chuzos y banderas,
como en sombrío matorral los hongos.
El águila imperial con dos cabezas
se ve picando del morrión las plumas
allá en la cima, y de uno y otro lado, 25
a pesar de las puntas asomantes,
grifo y león rampantes le sostienen.
Ve aquí sus timbres; pero sigue, sube,
entra, y verás colgado en la antesala
el árbol gentilicio, ahumado y roto 30
en partes mil; empero, de sus ramas,
cual suele el fruto en la pomposa higuera,
sombreros penden, mitras y bastones.
En procesión aquí y allí caminan
en sendos cuadros los ilustres deudos, 35
por hábil brocha al vivo retratados.
¡Qué greguescos! ¡Qué caras! ¡Qué bigotes!
El polvo y telarañas son los gajes
de su vejez. ¿Qué más? Hasta los duros
sillones moscovitas y el chinesco 40
escritorio, con ámbar perfumado,
en otro tiempo de marfil y nácar
sobre ébano embutido, y hoy deshecho,
la ancianidad de su solar pregonan.
Tal es, tan rancia y tan sin par, su alcurnia, 45
que aunque embozado y en castaña el pelo,
nada les debe a Ponces ni Guzmanes.
No los aprecia, tiénese en más que ellos,
y vive así. Sus dedos y sus labios,
del humo del cigarro encallecidos, 50
índice son de su crianza. Nunca
pasó del B-A ba. Nunca sus viajes
más allá de Getafe se extendieron.
Fue antaño allá por ver unos novillos
junto con Pacotrigo y la Caramba. 55
Por señas, que volvió ya con estrellas,
beodo por demás, y durmió al raso.
Examínale. ¡Oh, idiota!, nada sabe.
Trópicos, era, geografía, historia
son para el pobre exóticos vocablos. 60
Dile que dende el hondo Pirineo
corre espumoso el Betis a sumirse
de Ontígola en el mar, o que cargadas
de almendra y gomas las inglesas quillas,
surgen en Puerto Lápichi, y se levan 65
llenas de estaño y de abadejo. ¡Oh!, todo,
todo lo creerá, por más que añadas
que fue en las Navas Witiza el santo
deshecho por los celtas, o que invicto
triunfó en Aljubarrota Mauregato. 70
¡Qué mucho, Arnesto, si del padre Astete
ni aun leyó el catecismo! Mas no creas
su memoria vacía. Oye, y diráte
de Cándido y Marchante la progenie;
quién de Romero o Costillares saca 75
la muleta mejor, y quién más limpio
hiere en la cruz al bruto jarameño.
Haráte de Guerrero y la Catuja
larga memoria, y de la malograda,
de la divina Lavenant, que ahora 80
anda en campos de luz paciendo estrellas,
la sal, el garabato, el aire, el chiste,
la fama y los ilustres contratiempos
recordará con lágrimas. Prosigue,
si esto no basta, y te dirá qué año, 85
qué ingenio, qué ocasión dio a los chorizos
eterno nombre, y cuántas cuchilladas,
dadas de día en día, tan pujantes
sobre el triste polaco los mantiene.
Ve aquí su ocupación; ésta es su ciencia. 90
No la debió ni al dómine, ni al tonto
de su ayo mosén Marc, sólo ajustado
para irle en pos cuando era señorito.
Debiósela a cocheros y lacayos,
dueñas, fregonas, truhanes y otros bichos 95
de su niñez perennes compañeros;
mas sobre todo a Pericuelo el paje,
mozo avieso, chorizo y pepillista
hasta morir, cuando le andaba en torno.
De él aprendió la jota, la guaracha, 100
el bolero, y en fin, música y baile.
Fuele también maestro algunos meses
el sota Andrés, chispero de la Huerta,
con quien, por orden de su padre, entonces
pasar solía tardes y mañanas 105
jugando entre las mulas. Ni dejaste
de darle tú santísimas lecciones,
oh, Paquita, después de aquel trabajo
de que el Refugio te sacó, y su madre
te ajustó por doncella. ¡Tanto puede 110
la gratitud en generosos pechos!
De ti aprendió a reírse de sus padres,
y a hacer al pedagogo la mamola,
a pellizcar, a andar al escondite,
tratar con cirujanos y con viejas, 115
beber, mentir, trampear, y en dos palabras,
de ti aprendió a ser hombre… y de provecho.
Si algo más sabe, débelo a la buena
de doña Ana, patrón de zurcidoras,
piadosa como Enone, y más chuchera 120
que la embaidora Celestina. ¡Oh, cuánto
de ella alcanzó! Del Rastro a Maravillas,
del alto de San Blas a las Bellocas,
no hay barrio, calle, casa ni zahúrda
a su padrón negado. ¡Cuántos nombres 125
y cuáles vido en su librete escritos!
Allí leyó el de Cándida, la invicta,
que nunca se rindió, la que una noche
venció de once cadetes los ataques,
uno en pos de otro, en singular batalla. 130
Allí el de aquella siete veces virgen,
más que por esto, insigne por sus robos,
pues que en un mes empobreció al indiano,
y chupó a un escocés tres mil guineas,
veinte acciones de banco y un navío. 135
Allí aprendió a temer el de Belica
la venenosa, en cuyos dulces brazos
más de un galán dio el último suspiro;
y allí también en torpe mescolanza
vio de mil bellas las ilustres cifras, 140
nobles, plebeyas, majas y señoras,
a las que vio nacer el Pirineo,
desde Junquera hasta do muere el Miño,
y a las que el Ebro y Turia dieron fama
y el Darro y Betis todos sus encantos; 145
a las de rancio y perdurable nombre,
ilustradas con turca y sombrerillo,
simón y paje, en cuyo abono sudan
bandas, veneras, gorras y bastones
y aun (chito, Arnesto) cuellos y cerquillos; 150
y en fin, a aquellas que en nocturnas zambras,
al son del cuerno congregadas, dieron
fama a la Unión que de una imbécil Temis
toleró el celo y castigó la envidia.
¡Ah, cuánto allí la cifra de tu nombre 155
brillaba, escrita en caracteres de oro,
oh, Cloe! Él solo deslumbrar pudiera
a nuestro jaque, apenas de las uñas
de su doncella libre. No adornaban
tu casa entonces, como hogaño, ricas 160
telas de Italia o de Cantón, ni lustres
venidos del Adriático, ni alfombras,
sofá, otomana o muebles peregrinos.
Ni la alegraban, de Bolonia al uso,
la simia, il pappagallo e la spinetta. 165
La salserilla, el sahumador, la esponja,
cinco sillas de enea, un pobre anafe,
un bufete, un velón y dos cortinas
eran todo tu ajuar, y hasta la cama,
do alzó después tu trono la fortuna, 175
¡quién lo diría!, entonces era humilde.
Púsote en zancos el hidalgo y diote
a dos por tres la escandalosa buena
que treinta años de afanes y de ayuno
costó a su padre. ¡Oh, cuánto tus jubones, 175
de perlas y oro recamados, cuánto
tus francachelas y tripudios dieron
en la cazuela, el Prado y los tendidos
de escándalo y envidia! Como el humo
todo pasó: duró lo que la hijuela. 180
¡Pobre galán! ¡Qué paga tan mezquina
se dio a tu amor! ¡Cuán presto le feriaron
al último doblón el postrer beso!
Viérasle, Arnesto, desolado, vieras
cuál iba humilde a mendigar la gracia 185
de su perjura, y cuál correspondía
la infiel con carcajadas a su lloro.
No hay medio; le plantó; quedó por puertas…
¿Qué hará? ¿Su alivio buscará en el juego?
¡Bravo! Allí olvida su pesar. Prestóle 190
un amigo… ¡Qué amigo! Ya otra nueva
esperanza le anima. ¡Ah! salió vana…
Marró la cuarta sota. Adiós, bolsillo…
Toma un censo… Adelante; mas perdióle
al primer trascartón, y quedó asperges. 195
No hay ya amor ni amistad. En tan gran cuita
se halla ¡oh, Zulem Zegrí! tu nono nieto.
¿Será más digno, Arnesto, de tu gracia
un alfeñique perfumado y lindo,
de noble traje y ruines pensamientos? 200
Admiran su solar el alto Auseva,
Limia, Pamplona o la feroz Cantabria,
mas se educó en Sorez, París y Roma.
Nueva fe le infundieron, vicios nuevos
le inocularon; cátale perdido, 205
no es ya el mismo, ¡Oh, cuál otro el Bidasoa
tornó a pasar! ¡Cuál habla por los codos!
¿Quién calará su atroz galimatías?
Ni Du Marsais ni Aldrete le entendieran.
Mira cuál corre, en polisón vestido, 210
por las mañanas de un burdel en otro,
y entre alcahuetas y rufianes bulle.
No importa, viaja incógnito, con palo,
sin insignias y en frac. Nadie le mira.
Vuelve, se adoba, sale y huele a almizcle 215
desde una milla… ¡Oh, cómo el sol chispea
en el charol del coche ultramarino!
¡Cuál brillan los tirantes carmesíes
sobre la negra crin de los frisones!…
Visita, come en noble compañía; 220
al Prado, a la luneta, a la tertulia
y al garito después. ¡Qué linda vida,
digna de un noble! ¿Quieres su compendio?
Puteó, jugó, perdió salud y bienes,
y sin tocar a los cuarenta abriles 225
la mano del placer le hundió en la huesa.
¡Cuántos, Arnesto, así! Si alguno escapa,
la vejez se anticipa, le sorprende,
y en cínica e infame soltería,
solo, aburrido y lleno de amarguras, 230
la muerte invoca, sorda a su plegaria.
Si antes al ara de himeneo acoge
su delincuente corazón, y el resto
de sus amargos días le consagra,
¡triste de aquella que a su yugo uncida 235
víctima cae! Los primeros meses
la lleva en triunfo acá y allá, la mima,
la galantea… Palco, galas, dijes,
coche a la inglesa… ¡Míseros recursos!
El buen tiempo pasó. Del vicio infame 240
corre en sus venas la cruel ponzoña.
Tímido, exhausto, sin vigor… ¡Oh, rabia!
El tálamo es su potro… Mira, Arnesto,
cuál desde Gades a Brigancia el vicio
ha inficionado el germen de la vida, 245
y cuál su virulencia va enervando
la actual generación. ¡Apenas de hombres
la forma existe…! ¿Adónde está el forzudo
brazo de Villandrando? ¿Dó de Argüello
o de Paredes los robustos hombros? 250
El pesado morrión, la penachuda
y alta cimera, ¿acaso se forjaron
para cráneos raquíticos? ¿Quién puede
sobre la cuera y la enmallada cota
vestir ya el duro y centellante peto? 255
¿Quién enristrar la ponderosa lanza?
¿Quién?… Vuelve ¡oh, fiero berberisco!, vuelve
y otra vez corre desde Calpe al Deva,
que ya Pelayos no hallarás, ni Alfonsos
que te resistan; débiles pigmeos 260
te esperan. De tu corva cimitarra
al solo amago caerán rendidos…
¿Y es éste un noble, Arnesto? ¿Aquí se cifran
los timbres y blasones? ¿De qué sirve
la clase ilustre, una alta descendencia, 265
sin la virtud? Los nombres venerandos
de Laras, Tellos, Haros y Girones,
¿qué se hicieron? ¿Qué genio ha deslucido
la fama de sus triunfos? ¿Son sus nietos
a quienes fía su defensa el trono? 270
¿Es ésta la nobleza de Castilla?
¿Es éste el brazo, un día tan temido,
en quien libraba el castellano pueblo
su libertad? ¡Oh, vilipendio! ¡Oh, siglo!
Faltó el apoyo de las leyes. Todo 275
se precipita: el más humilde cieno
fermenta, y brota espíritus altivos,
que hasta los tronos del Olimpo se alzan.
¿Qué importa? Venga denodada, venga
la humilde plebe en irrupción y usurpe 280
lustre, nobleza, títulos y honores.
Sea todo infame behetría: no haya
clases ni estados. Si la virtud sola
les puede ser antemural y escudo,
todo sin ella acabe y se confunda. 285

1.- Localización del texto
El texto propuesto es un poema de Gaspar Melchor de Jovellanos, poeta perteneciente al Neoclasicismo, corriente estética de la segunda mitad del siglo XVIII.

La Ilustración
A lo largo del siglo XVIII se produce una ruptura con la forma que tenían de entender la vida, y por tanto el arte, los hombres del Barroco.
Este período, que ha recibido el nombre de «Ilustración», se caracteriza por una supremacía de la razón y el pensamiento crítico, basados en la experiencia y apoyados en la ciencia, frente a cualquier interpretación ideal o religiosa de la vida.
En este siglo (también denominado “Siglo de las Luces”), la felicidad no se concibe, por tanto, como algo que se ha de alcanzar más allá de la muerte, sino como algo concreto, a lo que se aspira cada día, en este mundo, y que puede lograrse a través del conocimiento, la cultura, el progreso…
La España de finales del siglo XVII era un país empobrecido, heredero de la crisis económica y espiritual en que había terminado degenerando el agotado esplendor del Barroco. Las clases trabajadoras vivían en la miseria, carentes de derechos y, lo que es peor, sumidos en la ignorancia. En contraste, la nobleza y el clero gozaban de amplios privilegios económicos y sociales.
Al ascender al trono, Felipe V fortalece la autoridad de la monarquía y va reduciendo progresivamente los privilegios de la aristocracia y de la iglesia.
Desde el poder, se promueve la educación del pueblo. Para ello se publican libros, se traducen obras extranjeras, se conceden becas, se fomentan los viajes de estudios, se imprimen periódicos, se crean Academias (como la de la Lengua o la de Historia)… todo ello al servicio del ideario ilustrado oficial, cuyo fin no es otro que el de instruir a las clases populares y generar progreso económico y social.

Por su parte, los ilustrados consideran que una literatura que no se entiende carece de sentido y sobre todo de utilidad, y proponen una vuelta a la claridad, a la sencillez, de manera que cualquier composición literaria pueda ser transmisora de contenidos y, en definitiva, contribuya a la formación cultural de quien la lee.
En el plano artístico, se produce una reinterpretación del clasicismo: no se trata ya de una recuperación de sus principios estéticos (como ocurría en el Renacimiento), sino de una nueva visión de los mismos, y de ahí la denominación de Neoclasicismo.
En general, frente a la exageración y la complicación barrocas, ahora se busca la moderación y la simplicidad; frente al retorcimiento, la armonía; frente al pesimismo, el optimismo, la alegría, la diversión; frente al lenguaje complejo y artificioso, la claridad expresiva…
Se distinguen tres etapas en la literatura española del siglo XVIII:
Antibarroquismo: durante la primera mitad del siglo, se produce una reacción contra los postulados estéticos del Barroco.
Neoclasicismo: durante la segunda mitad del siglo, siguiendo los dictados de Ignacio Luzán en su Poética, y sin apartarse mucho de la línea antibarroquista, triunfa la corriente neoclásica, basada en una actualización de temas y estilos heredados de la antigüedad griega y latina. Tiene dos vertientes: una profunda, marcada por su búsqueda de la utilidad y su finalidad didáctica, y otra más ligera, conocida como Rococó, en la que predominan los temas pastoriles y la exaltación del placer y el amor galante. Las estrofas más habituales son las odas, las epístolas, las elegías y los romances.
Prerromanticismo: a caballo entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, comienza a apuntar cierta tendencia hacia la expresión espontánea de los sentimientos y las emociones íntimas, como una reacción frente a la tiranía de la razón, que imponía la Ilustración, y frente a la concepción del amor como un sentimiento liviano y superficial, propia del Rococó.
Gaspar Melchor de Jovellanos

Jovellanos nace en Gijón, en 1744.
Cursa estudios eclesiásticos en Ávila y en el Burgo de Osma, y se licencia en Cánones por la Universidad de Alcalá.

Jovellanos
Sin embargo, renuncia a la carrera eclesiástica y opta por dedicarse al servicio de la Administración. Se instala en Sevilla, donde ejerce como magistrado de la Real Audiencia, alcalde del crimen y oidor, y participa en la fundación de la Sociedad Patriótica Sevillana.
Compatibiliza esta actividad administrativa con sus primeros pasos en el mundo de la creación literaria: a esta época pertenecen
la tragedia Pelayo (1769) y el drama El delincuente honrado (1773). Ocultó su nombre bajo el seudónimo de Jovino, quizá por considerar que su actividad literaria era poco digna de sus cargos públicos.
Pero si algo marca su estancia en Sevilla es su amistad con Pablo de Olavide, fervoroso seguidor de las corrientes de pensamiento francesas, bajo cuya influencia lee Jovellanos a autores como Montesquieu, Voltaire o Rousseau
En 1778, gracias a la influencia del duque de Alba, a quien también había tratado en Sevilla, se traslada a Madrid.
En los años siguientes participa muy activamente en la vida pública: es nombrado Alcalde de Casa y Corte, ingresa en la Sociedad Económica Madrileña, en la Academia de la Historia, en la Academia Española, en la Sociedad Económica de Asturias, en el Consejo de las Órdenes Militares… Y sigue compatibilizando la redacción de informes y memoriales (como el Informe sobre la Ley Agraria, en la que aboga por la liberalización del suelo y por la educación para reformar y modernizar el campo español) con su actividad literaria: a este período pertenecen su Elogio de las Bellas Artes (1781), las dos sátiras A Arnesto (que aparecen en El Censor, en 1786 y 1787), el Elogio de Carlos III (1788) y la Epístola del Paular.
Pero al morir Carlos III, los recientes acontecimientos ocurridos durante la Revolución Francesa hacen recelar en España de los intelectuales ilustrados, que defendían el ideario francés, y el todopoderoso Godoy ejerce una represión férrea contra ellos. Jovellanos es entonces enviado a Asturias, aparentemente comisionado por el Ministerio de la Marina, pero en realidad obedeciendo a una decisión de sus enemigos de alejarle de la Corte.
En 1790 se establece en Gijón, desde donde continúa elaborando informes sobre la situación española: los espectáculos, la minería, las vías de comunicación, etc.
Cabarrús intercede por él ante Godoy, poniendo de relieve su gran capacidad y su inquebrantable voluntad de servicio público, y, en 1797, es nombrado Ministro de Gracia y Justicia. Pero las intrigas en la Corte continúan, y los ilustrados son acusados de enemigos de la patria. A consecuencia de ello, un año después, Jovellanos cesa en el cargo.
Regresa a Asturias, donde no deja de trabajar, en esta ocasión promoviendo el estudio de la lengua asturiana. Pero eso no aplaca la persecución por parte de sus detractores, y así, en 1801, es detenido y encerrado en la prisión del castillo de Bellver, en Mallorca.
En 1808, tras el motín de Aranjuez, es puesto en libertad por los mismos que le habían encarcelado. Ahora, su figura representaba la libertad frente a la tiranía, y sus amigos abrazaban la causa napoleónica de José I como única solución posible para mejorar la situación nacional. Pero él se resiste a aceptar al invasor y, durante la guerra, se integra en la Junta Central, como moderador entre conservadores y revolucionarios.
Restaurada la Regencia en 1810, decide volver a Asturias, pero los franceses están todavía allí, y se instala provisionalmente en Galicia.
Muere en 1811.

Para profundizar en el pensamiento político de la Ilustración, recomiendo ver el siguiente vídeo:

2.- Determinación del tema
El poema Sátira segunda A Arnesto aparece subtitulado como “Sátira sobre la mala educación de la nobleza”, y ese es precisamente su tema, ya que presenta la nula formación cultural y moral que reciben los jóvenes de clase aristocrática, y las perniciosas influencias que se les consienten, en la creencia de que tener unos antepasados nobles es suficiente para poder presumir de virtuoso.

3.-Distribución de su estructura y resumen de su argumento.
El poema constituye una larga tirada de 285 versos, sin división formal aparente.
Sin embargo, su contenido sí podría distribuirse en las siguientes cuatro partes:
Versos 1-48. Presentación del personaje en quien se encarna la sátira:
– Es un joven achulapado, que viste de forma desaliñada, a la moda de los majos, pero que, aunque su aspecto no lo revela, desciende de familia noble.
– Su palacio refleja la grandeza de sus antepasados: el escudo de armas, en la fachada, representa la participación en antiguas guerras; en el interior, la galería de retratos de la familia recoge a ilustres personajes de la nobleza y del clero. Pero en él todo está viejo, ajado por el tiempo.
– Él menosprecia esa rancia estirpe familiar y prefiere otro estilo de vida.
Versos 49-154. En qué consistió su educación:
– No ha leído, no ha viajado, no conoce la historia, la religión, la geografía ni la economía de su propio país.
– Su cultura no llega más allá de los toros (Romero, Costillares…) y el teatro cómico (Lavenant, chorizos, polacos…).
– En la casa paterna, no le educaron ni el ayo ni el dómine, sino los lacayos y las fregonas; pero especialmente Pericuelo, el paje (que le enseñó a bailar), y Paquita, la doncella (que hizo de él “un hombre”).
– Fuera de casa, fue su guía la alcahueta doña Ana, quien le introdujo en el ambiente de los prostíbulos.
Versos 155-226. Forma de vida licenciosa:
– Allí conoce a Cloe, y gasta en ella todo su dinero: le amuebla la casa, le compra vestidos y joyas. Pero el amor dura lo que dura el dinero, y ella le planta.
– Se refugia entonces en los amigos y el juego. Pero también en esta actividad pierde el dinero… y tras él los amigos.
– Viaja por Europa (Sorez, París y Roma). Pero allí no aprende sino vicios nuevos: lleva una intensa vida social (el Prado, visitas, tertulias…), digna de un noble a la moda, dilapidando su patrimonio. Y sin llegar a cumplir los cuarenta, muere.
Versos 227-285. Reflexión:
– Generaliza este comportamiento: hay muchos jóvenes así, y tanto los que permanecen solteros como los que se casan, son desgraciados.
– El vicio se ha extendido por todas partes. ¿Dónde está la antigua nobleza? No sirve de nada tener unos antepasados ilustres, si uno mismo no demuestra virtud.
– El ascenso al poder de las clases populares, de la mano de la revolución, pondrá fin a esta decadencia moral.

4.- Comentario de la forma y el estilo.
Se trata, como ya ha quedado indicado, de una larga tirada uniforme, de 285 versos endecasílabos libres. Estos, aunque no se encuentran sujetos a rima entre ellos, sí responden al ritmo acentual clásico: acentos fuertes en las sílabas sexta y décima, o bien en las sílabas cuarta, octava y décima.

Para hallar una regularidad en el cómputo silábico, es necesario acudir a distintos recursos métricos, como la sinalefa, el hiato, la sinéresis o la diéresis. Veamos algunos ejemplos:

  • Sinalefa. Unión en una sola sílaba de dos vocales separadas, la última de una palabra y la primera de la siguiente.

Pueden ser vocales iguales:

de la esquina de_enfrente nos acecha (v. 5)

O dos vocales que formarían diptongo:
por las mañanas de_un burdel en otro (v. 211)

También dos vocales fuertes:

uno_en pos de_otro,_en singular batalla (v. 130)

Incluso separadas por signos de puntuación:
lo cantarán. No hay duda:_el tiempo mismo (v. 15)

La conjunción copulativa «y» también puede formar sinalefa:
el arpa, la bandurria_y la guitarra (v. 14)

  • Hiato. Articulación en dos sílabas diferentes de dos vocales que, normalmente, formarían sinalefa. En este caso «su ayo» se articulan separadas.

de su ayo mosén Marc, sólo ajustado (v. 92)

  • Sinéresis. Articulación en una sola sílaba de dos vocales que, normalmente, no forman diptongo. En este caso, la -h- intercalada de «ahumado» no separa las vocales «a» y «u», que se pronuncian en un solo golpe de voz, junto con el diptongo «-io» final de «gentilicio» (esto último por la sinalefa).

el árbol gentilicio, ahumado y roto (v. 30)

En el siguiente ejemplo, «sea» se articula en una sola sílaba.
Sea todo_infame behetría: no_haya (v. 282)

ANEXO. Métrica fácil

Podemos encontrar varias figuras retóricas, tales como:

  • Apóstrofe. Invocación con que el autor se dirige a una persona, divinidad, fuerza natural…

La sátira se titula A Arnesto, y a él se dirige el autor por su nombre, para reclamar su atención sobre algo que va a decir. Por ejemplo:
Ves, Arnesto, aquel majo (v. 1)
¡Qué mucho, Arnesto, si del padre Astete
ni aun leyó el catecismo! (vv. 71-72)
Viérasle, Arnesto, desolado, vieras
cuál iba humilde a mendigar la gracia (v. 184-185)
¡Cuántos, Arnesto, así! (v. 227)
¿Y es éste un noble, Arnesto? (v. 263)
Pero también invoca el autor a algunas de las personas que han formado parte de la vida del joven:
Ni dejaste
de darle tú santísimas lecciones,
oh, Paquita (vv. 106-108)
¡Ah, cuánto allí la cifra de tu nombre
brillaba, escrita en caracteres de oro,
oh, Cloe! (vv. 155-157)
E incluso al pueblo musulmán que invadió la Península:
Vuelve ¡oh, fiero berberisco! (v. 257)

  • Hipérbaton. Alteración del orden lógico-sintáctico de las palabras de una oración:

aquel majo en siete varas
de pardomonte envuelto (vv. 1-2)
[aquel majo envuelto en siete varas de pardomonte]
con patillas
de tres pulgadas afeado el rostro (vv. 2-3)
[el rostro afeado con patillas de tres pulgadas]
un ancho escudo
de medias lunas y turbantes lleno (vv. 18-19)
[un escudo ancho lleno de medias lunas y turbantes]
roto
en partes mil (vv. 30-31)
[roto en mil partes]
sombreros penden, mitras y bastones. (v. 33)
[penden sombreros, mitras y bastones]
En procesión aquí y allí caminan
en sendos cuadros los ilustres deudos,
por hábil brocha al vivo retratados. (vv. 34-36)
[Los ilustres deudos, retratados al vivo por hábil brocha, caminan en procesión aquí y allí en sendos cuadros.]
corre espumoso el Betis a sumirse
de Ontígola en el mar (vv. 62-63)
[El Betis corre espumoso a sumirse en el mar de Ontígola.]
Haráte de Guerrero y la Catuja
larga memoria, y de la malograda,
de la divina Lavenant, que ahora
anda en campos de luz paciendo estrellas,
la sal, el garabato, el aire, el chiste,
la fama y los ilustres contratiempos
recordará con lágrimas. (vv. 78-84)
[Haráte larga memoria de Guerrero y la Catuja, y recordará con lágrimas la sal, el garabato, el aire, el chiste, la fama y los ilustres contratiempos de la malograda, de la divina Lavenant, que ahora anda en campos de luz paciendo estrellas.]
¡Oh, cuánto tus jubones,
de perlas y oro recamados, cuánto
tus francachelas y tripudios dieron
en la cazuela, el Prado y los tendidos
de escándalo y envidia! (vv. 175-179)
[¡Oh, cuánto de escándalo y envidia dieron tus jubones, recamados de perlas y oro, cuánto tus francachelas y tripudios, en la cazuela, el Pardo y los tendidos.]
De tu corva cimitarra
al solo amago caerán rendidos… (vv. 261-262)
[Caerán rendidos al solo amago de tu corva cimitarra.]

  • Encabalgamiento. Separación brusca de los elementos de un sintagma en dos versos diferentes:

El polvo y telarañas son los gajes
de su vejez. (vv. 38-39)
cargadas
de almendra y gomas las inglesas quillas (vv. 63-64)
Nunca
pasó del B-A ba (vv. 51-52)
el árbol gentilicio, ahumado y roto
en partes mil (vv.31)
Hasta los duros
sillones moscovitas y el chinesco
escritorio (vv. 39-40 y 40-41)
ni al tonto
de su ayo mosén Marc (vv. 91-92)
Si algo más sabe, débelo a la buena
de doña Ana (vv. 118-119)
ricas
telas de Italia o de Cantón, ni lustres
venidos del Adriático (vv. 160-161 y 161-162)
Ya otra nueva
esperanza le anima (vv. 191-192)
¿Adónde está el forzudo
brazo de Villandrando? (vv. 248-249)

  • Anáfora. Serie de versos que comienzan con la misma palabra:

¡Cuántos nombres
y cuáles vido en su librete escritos!
Allí leyó el de Cándida, (…)
Allí el de aquella siete veces virgen (…)
Allí aprendió a temer el de Belica (…)
y allí también en torpe mescolanza
vio de mil bellas las ilustres cifras (vv. 125-140)

  • Estructuras paralelas.

¡Qué greguescos! ¡Qué caras! ¡Qué bigotes! (v. 37)
Nueva fe le infundieron, vicios nuevos
le inocularon (vv. 204-205)
¿Es ésta la nobleza de Castilla?
¿Es éste el brazo, un día tan temido (vv. 271-272)

  • Estructura simétrica.

el más humilde cieno
fermenta, y brota espíritus altivos (vv. 276-277)
[Aparecen dispuestos simétricamente: humilde/altivos, cieno/espíritus, fermenta/brota]

  • Metonimia.

verás colgado en la antesala
el árbol gentilicio, ahumado y roto
en partes mil; empero, de sus ramas,
cual suele el fruto en la pomposa higuera,
sombreros penden, mitras y bastones. (vv. 29-33)
[Se menciona la parte por el todo: signo representativo de un cargo, por la persona que lo ostenta: sombreros de señor, mitras de obispo y bastones de mando.]

  • Imagen.

Púsote en zancos el hidalgo (v. 177)
[Alude a la elevada posición económica y social en que el joven colocó a su amante.]

  • Epíteto. Adjetivos que no aportan carga semántica al sustantivo al que acompañan:

breve chupetín (v. 8)
la cuera y la enmallada cota (v. 254)
el duro y centellante peto (v. 255)
débiles pigmeos (v. 260)
corva cimitarra (v. 261)

  • Hipérbole. Exageración:

roto
en partes mil (vv. 30-31)
y allí también en torpe mescolanza
vio de mil bellas las ilustres cifras,
nobles, plebeyas, majas y señoras (vv. 139-141)
los mil botones
de filigrana berberisca, que andan
por los confines del jubón perdidos (vv. 10-12)

  • Perífrasis.

hiere en la cruz al bruto jarameño (v. 77)
[Se refiere a la casta de toros bravos del Jarama.]

  • Interrogación retórica:

¿Ves, Arnesto, aquel majo en siete varas
de pardomonte envuelto, con patillas
de tres pulgadas afeado el rostro,
magro, pálido y sucio, que al arrimo
de la esquina de enfrente nos acecha
con aire sesgo y baladí? (vv. 1-6)
¿Qué hará? ¿Su alivio buscará en el juego? (v. 189)
¿Será más digno, Arnesto, de tu gracia
un alfeñique perfumado y lindo,
de noble traje y ruines pensamientos? (vv. 198-200)
¿Quién puede
sobre la cuera y la enmallada cota
vestir ya el duro y centellante peto?
¿Quién enristrar la ponderosa lanza?
¿Quién?… (vv. 253-257)
¿Y es éste un noble, Arnesto? ¿Aquí se cifran
los timbres y blasones? ¿De qué sirve
la clase ilustre, una alta descendencia,
sin la virtud? (vv. 263-266)
Los nombres venerandos
de Laras, Tellos, Haros y Girones,
¿qué se hicieron? ¿Qué genio ha deslucido
la fama de sus triunfos? ¿Son sus nietos
a quienes fía su defensa el trono?
¿Es ésta la nobleza de Castilla?
¿Es éste el brazo, un día tan temido,
en quien libraba el castellano pueblo
su libertad? (vv. 266-274)

  • Aliteración.

veinte acciones de banco y un navío (v. 135)
[Repetición de fonemas /n/ y /b/]
al Prado, a la luneta, a la tertulia
y al garito después. ¡Qué linda vida,
digna de un noble! (vv. 221-223)
[Repetición de fonemas dentales /d/ y /t/]
cuál desde Gades a Brigancia el vicio
ha inficionado el germen de la vida,
y cuál su virulencia va enervando (vv. 244-246)
[Repetición de fonema /b/]

ANEXO. Recursos retóricos de la lengua cotidiana

Desde el punto de vista sintáctico-estilístico, en el texto se aprecia un predominio de oraciones compuestas, lo que hace que su comprensión no resulte del todo fácil. Cabe citar, a modo de ejemplo:
y allí también en torpe mescolanza
vio de mil bellas las ilustres cifras,
nobles, plebeyas, majas y señoras,
a las que vio nacer el Pirineo,
desde Junquera hasta do muere el Miño,
y a las que el Ebro y Turia dieron fama
y el Darro y Betis todos sus encantos;
a las de rancio y perdurable nombre,
ilustradas con turca y sombrerillo,
simón y paje, en cuyo abono sudan
bandas, veneras, gorras y bastones
y aun (chito, Arnesto) cuellos y cerquillos;
y en fin, a aquellas que en nocturnas zambras,
al son del cuerno congregadas, dieron
fama a la Unión que de una imbécil Temis
toleró el celo y castigó la envidia. (vv. 139-154)
La composición incluye pasajes descriptivos, narrativos y reflexivos, y en cada uno de ellos puede predominar una categoría gramatical distinta.
Por ejemplo, la descripción del joven, en los versos 1-15, aparece cuajada de sustantivos, adjetivos y deícticos («ves», «aquel», «ese», «ve aquí», «allí»):
¿Ves, Arnesto, aquel majo en siete varas
de pardomonte envuelto, con patillas
de tres pulgadas afeado el rostro,
magro, pálido y sucio, que al arrimo
de la esquina de enfrente nos acecha
con aire sesgo y baladí? Pues ése,
ése es un nono nieto del Rey Chico.
Si el breve chupetín, las anchas bragas
y el albornoz, no sin primor terciado,
no te lo han dicho; si los mil botones
de filigrana berberisca, que andan
por los confines del jubón perdidos,
no lo gritan, la faja, el guadijeño,
el arpa, la bandurria y la guitarra
lo cantarán.
Los versos 102-117 narran la primera educación del joven, y encontramos en ellos una buena cantidad de verbos, referidos a las habilidades aprendidas:
Fuele también maestro algunos meses
el sota Andrés, chispero de la Huerta,
con quien, por orden de su padre, entonces
pasar solía tardes y mañanas
jugando entre las mulas. Ni dejaste
de darle tú santísimas lecciones,
oh, Paquita, después de aquel trabajo
de que el Refugio te sacó, y su madre
te ajustó por doncella. ¡Tanto puede
la gratitud en generosos pechos!
De ti aprendió a reírse de sus padres,
y a hacer al pedagogo la mamola,
a pellizcar, a andar al escondite,
tratar con cirujanos y con viejas,
beber, mentir, trampear, y en dos palabras,
de ti aprendió a ser hombre… y de provecho.
Los últimos versos del poema constituyen una reflexión sobre la falta de virtud que hay en los nobles. Así, encontramos abundantes sustantivos abstractos:
¿Y es éste un noble, Arnesto? ¿Aquí se cifran
los timbres y blasones? ¿De qué sirve
la clase ilustre, una alta descendencia,
sin la virtud? Los nombres venerandos
de Laras, Tellos, Haros y Girones,
¿qué se hicieron? ¿Qué genio ha deslucido
la fama de sus triunfos? ¿Son sus nietos
a quienes fía su defensa el trono?
¿Es ésta la nobleza de Castilla?
¿Es éste el brazo, un día tan temido,
en quien libraba el castellano pueblo
su libertad? ¡Oh, vilipendio! ¡Oh, siglo!
Faltó el apoyo de las leyes. Todo
se precipita: el más humilde cieno
fermenta, y brota espíritus altivos,
que hasta los tronos del Olimpo se alzan.
¿Qué importa? Venga denodada, venga
la humilde plebe en irrupción y usurpe
lustre, nobleza, títulos y honores.
Sea todo infame behetría: no haya
clases ni estados. Si la virtud sola
les puede ser antemural y escudo,
todo sin ella acabe y se confunda.
En resumen, puede decirse que el autor utiliza un estilo culto, pero con un lenguaje claro y comprensible. Si acaso la dificultad en la comprensión podría venir de la mano del contenido: las referencias, las alusiones no claras…
Pero ese es un aspecto que intentaremos desentrañar a continuación.

5.-Comentario del contenido.
La Sátira segunda A Arnesto aparece publicada en El Censor, en 1787, y lleva el subtítulo de “Sobre la mala educación de la nobleza”.
Se abre con una cita de Lucano, “Perit omnis in illo nobilitas, cuius laus est in origine sola” (Perece toda nobleza en aquel que no puede alabarse más que de su estirpe), y con unos versos procedentes del propio poema, que constituyen un extracto de la esencia de este:
¿De qué sirve
la clase ilustre, una alta descendencia,
sin la virtud?
(vv. 264-266)
El autor nos presenta a un prototipo del noble de su época. Se trata de un joven producto de una mala educación, una educación consentidora, sin valores, cuyo resultado es un individuo caprichoso, que menosprecia la herencia, tanto económica como moral, de sus antepasados, y, con sus dispendios y con su conducta inmoral, la aniquila.

Majo

Al comienzo de la sátira, lo vemos como un majo, cuyo aspecto responde a la estética de la clases populares: patillas grandes, chupa estrecha, pantalón ancho, capa de paño, faja y cuchillo a la cintura. A pesar de su apariencia, se trata de un descendiente de una familia noble: en la fachada de su casa, luce un escudo de armas en el que se ponen de manifiesto sus vínculos de sangre con la monarquía (“el águila imperial con dos cabezas” -v. 23-) y la gloria alcanzada por sus antepasados en guerras que se remontan a la Reconquista; la galería de retratos de la familia incluye a personajes del ámbito político, eclesiástico y militar (“sombreros penden, mitras y bastones” -v. 33-); y por último, los muebles, aunque deteriorados por el tiempo, también dan idea del lujo que conoció esa casa señorial. Sin embargo, él reniega de su pasado familiar (“no los aprecia, tiénese en más que ellos, / y vive así” -vv. 48-49-).
El motivo de este desvarío no es otro que la educación recibida. No ha viajado, ni conoce la historia, la geografía ni la economía de su propio país: no sabría, por ejemplo, que el mar de Ontígola está cerca de Aranjuez, ni que desde Puerto Lápice no pueden salir barcos porque está en la Mancha, ni que Witiza no fue un santo derrotado por los celtas en la batalla de las Navas. De lo único que sabe es de toreros (“quién de Romero o Costillares saca / la muleta mejor” -vv. 75-76-), de tonadilleras como Catalina Pacheco (la «Catuja») o María Lavenant (vv. 78-80) y de teatro, pero en este caso sólo de los enfrentamientos entre “chorizos” y “polacos” (público que frecuentaba los teatros del Príncipe y de la Cruz, respectivamente).
Unos padres quizá demasiado complacientes dejaron su formación en manos de ayos y pedagogos. Pero el niño encontraba mucha más diversión junto a los criados:
Debiósela a cocheros y lacayos,
dueñas, fregonas, truhanes y otros bichos
de su niñez perennes compañeros;
mas sobre todo a Pericuelo el paje,
mozo avieso, chorizo y pepillista” (vv. 94-98).
De este último le viene la afición a las disputas teatrales (“chorizo”) y a la tauromaquia (“pepillista”, seguidor del torero Pepe Hillo).
Además, debe otra faceta de su educación a la doncella Paquita: con ella no sólo aprende a reírse de sus padres y maestros, sino también tiene sus primeros escarceos sexuales (“aprendió a ser hombre… y de provecho” -v. 117-).
Y el resto de su formación se la debe a la alcahueta doña Ana, quien le relaciona con mujeres de mundo, damas de compañía, “nobles, plebeyas, majas y señoras” (v. 141), que venden sus favores a todo tipo de personajes de alto rango social: políticos, militares y hasta eclesiásticos (“bandas, veneras, gorras y bastones / y aun (chito, Arnesto) cuellos y cerquillos” -v. 150-).
De manos de esta celestina conoce a Cloe, en quien el joven gasta toda su fortuna: engalana la humilde casa de la dama con los muebles y las telas más exclusivos del momento, entre otras extravagancias a la moda, tales como “la simia, il pappagallo e la spinetta” (v. 165); le hace carísimos regalos personales, como los “jubones de perlas y oro recamados” (vv. 175-176), y le organiza escandalosas fiestas (“francachelas y tripudios” -v. 177-), que son comentadas en el teatro, el Paseo del Prado y los toros (“en la cazuela, el Prado y los tendidos” -v. 178-), principales ámbitos de la sociedad elegante.
Pero, agotados los recursos económicos que el joven había heredado, el amor de Cloe se apaga: “duró lo que la hijuela” (verso 180), “¡Cuán presto le feriaron / al último doblón el postrer beso!” (vv. 182-183).
Intenta olvidar el dolor de este abandono refugiándose en los amigos y en el juego. Uno de ellos le deja dinero, pero lo pierde. Pide entonces un préstamo, mas lo pierde también… y finalmente se queda sin amor, sin amigos y sin dinero (“quedó asperges” -v. 195-).
Opta entonces por viajar. Pasa por la academia militar de Sorez, y por las ciudades más cosmopolitas del momento: París y Roma. Pero en el extranjero no recibe la educación que le faltó en la infancia, sino que adquiere los hábitos y modales de un alfeñique a la moda: “Nueva fe le infundieron, vicios nuevos / le inocularon” (vv. 204-205)… Y cuando regresa a su Cantabria natal, “no es ya el mismo” (v. 206). Vive frenéticamente, de una comida en alguna casa noble a un burdel, del Prado al teatro y de aquí a la tertulia, para acabar en un garito (“¡Qué linda vida, / digna de un noble!” -v. 222-223-).
Y de este modo, sin llegar a cumplir los cuarenta, se agota su vida. Esta se resume en pocas palabras: “¿Quieres su compendio? / Puteó, jugó, perdió salud y bienes” (vv. 223-224).
Según nos dice el autor, el caso de este joven no es una excepción, sino que constituye un ejemplo del modo de vida de muchos jóvenes nobles y burgueses de su época, producto de una educación equivocada. El vicio corre por las venas de toda una generación. Ya no hay hombres valerosos, como el guerrero castellano Rodrigo de Villandrando, como el caballero de la Orden de Calatrava Íñigo de Argüello, o como el militar García de Paredes, todos ellos destacados varones del período renacentista. Si los musulmanes volvieran a invadir la Península, no encontrarían ya la resistencia que encontraron en personajes de la talla de don Pelayo o el rey Alfonso.
La auténtica nobleza no reside en tener unos antepasados ilustres: la nobleza de sangre, o familiar, no significa nada, si no está apoyada en un comportamiento virtuoso. Los apellidos como Lara, Tello, Haro y Girón, pertenecientes a rancias dinastías castellanas y que encontramos en gloriosos episodios de nuestra historia, han perdido ya su lustre por culpa de los actuales descendientes.
Pero de entre las clases populares comienzan a emerger figuras para sustituir a estos decadentes nobles: “el más humilde cieno / fermenta, y brota espíritus altivos” (vv. 276-277). Y es que, a la vista de la decadencia moral en que se ha sumido la nueva clase nobiliaria, el autor sólo confía en la revolución social desde la base: “venga / la humilde plebe en irrupción y usurpe / lustre, nobleza, títulos y honores” (vv. 279-281).
En su Sátira segunda A Arnesto, Jovellanos se lamenta de la frivolidad en que ha caído la nueva generación de jóvenes nobles, más preocupados por la moda y la diversión viciosa, que por el apoyo a la clase política dirigente, con el fin de hacer progresar al país.
El motivo de esta actitud es la mala educación recibida, una educación relajada, más fundada en consentir los caprichos que en fomentar la cultura y los valores morales. Los jóvenes de buena familia consideran que la nobleza y la virtud residen en el solo hecho de tener unos antepasados que destacaron por su valentía y su servicio a la Corona, y, por supuesto, en haber heredado de ellos un patrimonio; y no se preocupan de formarse intelectual y moralmente, y mucho menos de continuar los pasos de aquellos, contribuyendo al progreso de la sociedad.
Jovellanos, burgués ilustrado, hombre cívico hasta a la médula, movido siempre por su afán de servicio público y por su amor a la patria, contempla esta situación, no con una perspectiva airada o burlesca, sino más bien con cierta tristeza nostálgica, y se lamenta de que, sin un modelo virtuoso en la élite, sin un referente en que fijarse, la sociedad se vaya desmoronando.
Pero confía en que todo ha de tener solución, y que esta vendrá de la mano de las clases sociales populares.
Su sátira, pues, no parece dirigirse contra la clase noble, para que cambie sus viciosos planteamientos vitales, sino más bien hacia la clase popular, para que no espere de aquella grandes iniciativas, y se movilice, ocupando el lugar que a la otra correspondería como protagonista de la revitalización que el país necesita.
En la composición se aprecia un predominio de palabras tanto del campo semántico de la nobleza y la virtud, como del de la mala educación y la falta de virtud, ambos relacionados con el tema.
Al primero pertenecerían: blasones, palacio, escudo, águila imperial, árbol gentilicio, sombreros, mitras, bastones, ilustres deudos, rancia alcurnia, Ponces, Guzmanes, señorito, cocheros, lacayos, hidalgo, noble, timbres, blasones, clase ilustre, alta descendencia, virtud, nombres venerandos, Laras, Tellos, Haros, Girones, lustre, nobleza, títulos, honores…
Al campo semántico de la educación pertenecerían: crianza, examínale, sabe, leyó, ciencia, dómine, ayo, maestro, lecciones, pedagogo, aprendió, educó…
Pero en seguida entendemos que se trata de una educación frustrada, de una mala educación, porque vinculados a estos términos encontramos: majo, baladí, cigarro, Pacotrigo, Caramba, beodo, idiota, sal, garabato, aire, chiste, fregonas, truhanes, bichos, Pericuelo, chorizo, pepillista, sota, chispero, chuchera, embaidora, Celestina, zahúrda, robos, chupó, zambras, escandalosa, francachelas, tripudios, juego, trascartón, alfeñique, vicios, polisón, burdel, alcahuetas, rufianes, ponzoña, vilipendio, behetría…

6.-Interpretación, valoración, opinión.
Como hemos visto, en este poema, el autor satiriza la mala educación de los jóvenes nobles, pero no desde una perspectiva burlesca o destructiva, sino con un tono melancólico y a la vez esperanzado. La literatura ilustrada busca transmitir un mensaje, unos valores cívicos, para instruir al lector y así corregir los males de la sociedad.
Se trata de un tema que preocupa notablemente a los ilustrados, y de ello da muestras la Carta séptima de las Cartas marruecas, de Cadalso.
Pero Jovellanos no es sólo un cargo público, que, movido por su amor a la patria y por cierta responsabilidad en el progreso de la sociedad, se dirige a los ciudadanos para tratar de sensibilizarlos; también es un poeta, y así, además del mensaje ilustrado que la composición transmite, no descuida la forma, el rigor métrico y el estilo, componiendo un poema claro y didáctico, sí, pero no por ello carente de elegancia y de recursos retóricos.

Publicado por

trabajosdeliteratura

Soy licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid, y compagino mi actividad profesional con mi vocación literaria, tanto en el plano del análisis crítico como en el de la creación.

34 comentarios en «El comentario definitivo de la Sátira segunda A Arnesto, de Jovellanos»

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